“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (Mateo 6:13).
“Solo experimentaremos el poder de Dios cuando reconozcamos que somos impotentes.”
Mientras yo creer que soy capaz de vencer mi propias luchas, no recibiré el poder de Dios. Mientras yo pensar que mi amor dispensa ayuda de cualquiera otra persona, incluso del Señor, él de nada valdrá y ninguno poder tendrá. Mientras juzgar que los milagros dependen de mi esfuerzo personal y que la fe es totalmente innecesaria, ninguno monte correrá para el mar. Mientras yo continuar insistiendo que soy capaz, sin Dios, de suplir mis propias necesidades financieras, siempre seré fracasado en mi vida económica.
El hombre sin Dios no es nada. El ateo pasa la vida entera intentando probar que Dios no existe y que puede todo por sí mismo, pero, en el íntimo, sabe que está completamente engañado. Los que creen en la existencia de Dios, pero prefieren correr de un lado a otro buscando ayuda de hombres, apenas se cansarán, sin alcanzar resultados.
Sabemos que sin el Señor nada podremos hacer. Podemos tener una gran cultura, una gran suma de dinero en el banco, un bello coche para llevarnos a todos los lugares, pero todo eso será de ningún valor si el Señor no está a nuestro lado, guiando, orientando, bendiciendo. Todo cuanto tenemos nos ayuda, todo cuanto aprendemos nos facilita, todo cuanto planeamos será bien devenido, desde que… todo esté delante del altar de Dios y reconozcamos que dependemos de él en toda y cualquiera circunstancia.
El poder que tenemos de nada nos servirá sin que el poder del Señor esté actuando en nuestras vidas.
¿Confía en su poder o en el poder de Dios?
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