“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
Un evangelista, visitando unas casas en un pueblo humilde, le preguntó a una señora: “¿Aquí recibe visitas? ¿Le gusta que la visiten?” La señora respondió que siempre recibe visitas y que le gustaba mucho tener gente en su casa. El evangelista, aprovechando la respuesta, preguntó: “¿Le gustaría recibir la visita de un Rey? He venido a ofrecerle la oportunidad de ser visitada por el Rey Jesús”. La señora, con una amplia sonrisa en su rostro, dijo: “El Señor Jesús no me visitará, porque Él ya vive aquí en mi casa”.
Que gran maravilla y que tremenda bendición es para nosotros tener al Señor Jesús morando en nuestra casa. Él alegra nuestro corazón en todo momento. Él nos guía en todo momento en las decisiones a tomar. En todo momento Él consuela nuestras almas cuando lo necesitamos. En todo momento aplaude nuestros logros, mostrándonos la felicidad de tener un Amigo así, verdadero y fiel.
En Cristo somos más que victoriosos. En Cristo el sol brilla incluso bajo las tormentas. En Cristo tenemos protección contra los días malos y un pasaporte garantizado a las moradas celestiales.
Sin Cristo no podemos hacer nada y con Él hasta lo que no podemos hacer, Él lo hace por nosotros.
¿Es el Señor un visitante en su hogar o el dueño de la casa?
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