“Oye la voz de mis ruegos cuando clamo a ti, Cuando alzo mis manos hacia tu santo templo” (Salmos 28:2).
Ronaldo estaba en problemas, pero hacía poco para ayudarse. Un amigo aconsejó: “Ronaldo, tienes dos manos, ¿por qué no haces algo?” “Lo estoy haciendo”, respondió Ronaldo, “estoy torciendo las dos”.
A menudo nos quejamos de la suerte, murmuramos en las esquinas, culpamos a todos por nuestra desgracia. ¿Y qué hacemos para cambiar la situación? Nada más que torcer las manos.
No tenemos trabajo, así que torcemos las manos. No tenemos dinero y seguimos torciendo las manos. Cuando se nos preguntan si se están resolviendo los problemas, sacudimos nuestras cabezas de lado a lado y, con los brazos ocultos detrás de nuestros cuerpos, torcemos las manos nerviosamente. Parece que esa actitud mágica de torcer las manos resolverá toda nuestra angustia.
¡Estamos equivocados! Liberemos nuestras manos y, con fe, levantemos nuestros brazos al Señor. Ofrezcamos a Él nuestras manos y pidamos que las use para nuestro alivio y para la gloria de Su nombre. Él las agarrará y nos mostrará lo que hacer. Veremos, con gran alegría, que en vez de ser torcidas, nuestras manos sirven para adorar a Dios y para producir bendiciones que nos traerán felicidad para siempre.
¿Sigues torciéndote las manos? Libéralas … álzalas hacia el cielo … Haz algo … Sé feliz.
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