Lorena era una niña muy inteligente y su forma de ser cautivó a todos. Le gustaba mucho un vestido viejo y siempre lo llevaba puesto. La madre no paraba de decir que era hora de tirar ese vestido a la basura, porque ya tenía muchos agujeritos. “No, mamá, me gusta. Solo ponte unos parchecitos y pronto estará como nuevo otra vez”, fue el comentario de la niña.
Eso es lo que muchos piensan acerca de la vida cristiana. Creen que con una pequeña reparación aquí, otro parche allá, es suficiente, y así siguen viviendo como si fueran la “nueva criatura” de la que habla la Santa Biblia. Pensamos que tapando pequeñas costumbres de la vieja naturaleza, nadie se dará cuenta de que seguimos siendo los mismos de siempre, con nuestra rebeldía, nuestras mentiras, nuestro egoísmo, nuestro desamor. Sin embargo, nuestras vidas no son como un vestido viejo que se puede reparar para llenar los defectos.
Cuando Cristo entra en el corazón, no solo cambia el exterior. Transforma, principalmente, el interior, y nos convertimos en una vida nueva, brillante, que ilumina por donde pasa. Dejamos atrás la vida de pecados y nos convertimos en una bendición, para la gloria del nombre de Jesús.
¿Quieres ser una persona nueva en Cristo, o te contentas con parchecitos, como el vestido de esa niña?
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