El buen árbol, que no se dobla ante los fuertes vientos, que resiste valientemente las mayores inundaciones, que no se seca ante los fuertes calores, es el que tiene sus raíces muy profundas, buscando siempre el manantial de gracia. Es el que lo fortalecerá ante cualquier clima. En estos árboles las hojas son siempre verdes y los frutos son abundantes.
Nuestras vidas necesitan ser similares al árbol de nuestra historia inicial. Deben estar preparadas para enfrentar las adversidades de este mundo, los problemas que son constantes todos los días, las enfermedades que siempre nos toman por sorpresa. Nuestras raíces deben ser fuertes, arraigadas en la persona de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Arraigados en Él, enfrentamos las calamidades del camino con la certeza de que la victoria es segura.
¿El árbol de tu vida es fuerte y bien firme en la presencia de Dios o es inútil, negligente, superfluo? Pídele al Señor que lo haga profundo y fecundo. Tu vida será una bendición para todos.
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