Un Remedio Indispensable
“El corazn alegre constituye buen remedio; Mas el espritu
triste seca los huesos” (Proverbios 17:22).
Dos hombres, que por mucho tiempo haban sido amigos, se
volvieron enemigos por un desentendimiento insignificante.
Uno de ellos estaba mucho enfermo, con riesgo de muerte. El
otro vino le visitar, creyendo que era su deber, por los
viejos tiempos. El hombre enfermo, queriendo si disculpar,
dijo: “Yo lo siento por todas las cosas indelicadas que le
dijo”. El otro, habl que aceptaba su pedido de disculpas y
que deberan olvidar el asunto. El hombre enfermo aadi:
“Eso es apenas en el caso de yo morir.”
Muchas veces actuamos de forma semejante. Guardamos mgoas,
alimentamos resentimientos, estragamos nuestra vida y
permitimos que la infelicidad nos acompae por largo tiempo,
simplemente porque no somos capaces de amar, de perdonar, de
olvidar.
Cuntas cosas maravillosas podramos guardar en nuestros
recuerdos: la sonrisa de un nio a quien extendemos la mano,
la gratitud de un amigo a quien auxiliamos en una hora
difcil, el abrazo de un vecino a quien demostramos
solidaridad, el reconocimiento de un enemigo a quien
perdonamos — y olvidamos — un agravio. Las remembranzas de
tales acontecimientos llenarn nuestra alma de regocijo,
nuestro corazn de grande goce, nuestros das de verdadera
dicha.
Cuando nuestros recuerdos archivan resentimientos,
indignacin, deseos de venganza o cosas semejantes, no somos
capaces de ver el sol brillar, de ver lo balancear de las
follajes por la accin de una brisa agradable, de or los
pjaros cantando bellas melodas de alabanza al Creador.
Nuestros das son tristes, nuestras esperanzas fracasadas,
nuestros sueos muertos.
Buenos recuerdos alegran el corazn y eso es un remedio
indispensable para una vida abundante y victoriosa delante
de Dios.
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