“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10).
Casi un año después de su conversión, un joven dijo: “Mi mayor dificultad en estos meses no fue la insistencia de mis viejos amigos del mundo, sino los cristianos incrédulos que esperaban que yo tropezara en todo momento”.
¿Qué hemos sido para los hermanos de nuestra iglesia, motivadores o piedras de tropiezo? ¿Hemos insistido en culpar y señalar errores o estamos dispuestos a acercarnos y apoyar a quienes tienen más dificultades? ¿Somos discípulos de Cristo o del mundo?
Hay personas que abren su corazón a Jesús y siguen el Camino del Señor sin mucha dificultad. Hay otros que necesitan, al menos al comienzo del viaje, mucho amor y ayuda. Necesitamos entender la diferencia y seguir a su lado con la misma determinación y el mismo cariño. Al final, todos recibiremos la misma corona de vida eterna.
La gran virtud del cristiano es comprender que el éxito de la obra de la iglesia depende de él y no de otros. Debe hacer su parte.
Al hacerlo, solo verá lo bueno en todos y toda la iglesia será una bendición.
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