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“No somos un ministerio grande, pero sí somos un gran ministerio”

historia

“Mam,” le rog Juanita un da sbado, “Me da permiso para salir con Rosita y Carmen esta tarde? Queremos ir a buscar flores cerca del bosque.

Ya deben haber muchas.” “S, hijita, puedes ir, siempre que termines tus tareas,” contest Mam. Despus del almuerzo las amigas partieron, abrazadas, rindose mientras conversaban en voz baja de los ltimos secretos que solamente compartan entre ellas. Primeramente tuvieron que caminar por un largo callejn que pasaba entre el cerco de unos terrenos y un grueso muro.

En uno de los terrenos haba un inmenso toro un poco bravo. Enojado, pateaba el suelo a la orilla del cerco, y enseguida carg contra l con todo su peso. Se cortaron los alambres y el animal sali al callejn. Se detuvo un momento buscando qu otra cosa atacar, entonces divis a poca distancia las tres figuras que se movan. Las niitas estaban tan entretenidas que no se percataron del peligro hasta que el animal resopl fuertemente. Asustadas, miraron y vieron el toro enfurecido. Con la cabeza gacha y la cola al aire, vena hacia ellas.

Se quedaron inmviles, petrificadas. Entonces con un grito de espanto arrancaron. No haba dnde escapar, y las piernas de las nias no podan correr tan rpido como las cuatro patas de un tremendo toro. Luego les iba a alcanzar. Esa tarde Carlos, hijo del dueo del fundo, estaba trabajando cerca de all en un sembrado. Sintiendo el grito angustiado, l corri para saber qu pasaba. De una sola mirada comprendi el peligro, y salt el cerco en el preciso momento para interponerse entre el toro y las niitas. Tom un palo, lo levant en alto y se plant en medio del camino. Sorprendido, el toro se par un instante. Enseguida sacudi la cabeza y con un feroz bufido se lanz encima del joven. Lo tir hacia el muro, y uno de los cachos le perfor una pierna.

Carlos qued mal herido y el toro, satisfecho de haber desahogado su ira en alguien, se devolvi por el callejn. Cuando las nias llegaron a la casa de Juanita, su pap sali inmediatamente a buscar el joven. Lo llev al hospital. Despus de examinarle, el mdico dijo que el herido tendra que estar all varios das. El da siguiente las tres niitas entraron en la sala donde estaba Carlos para agradecer al joven que les haba salvado. Con ojos muy abiertos, y pisando despacito, se acercaron para decirle: “Carlos, t nos salvaste del toro, y casi moriste por nosotros. Te agradecemos de todo corazn, Carlos.” Las tres le visitaron fielmente, pero cierto da cuando Juanita tuvo que ir sola con su pap, ella pregunt: “Oye, Carlos, quieres que te cante?” Enseguida se oa su dulce canto: Cristo me ama, me ama a m, su Palabra dice as. Nios pueden ir a l, quien es nuestro Amigo fiel. Al terminar la ltima estrofa, sorprendida, vio a todos los enfermos escuchando con inters, y aun algunas enfermeras. Despus, cada vez que visitaba a Carlos, ella tena que cantarles.

Algunos de los enfermos nunca haban odo del amor del Salvador. No saban que l haba muerto por los pecados de ellos. El pap de Juanita llevaba su Biblia a la sala, y les lea en ella. Les explicaba que somos todos pecadores y estamos bajo la condenacin divina y que slo Jesucristo nos puede salvar. Da tras da Carlos meditaba en qu habra sido de l si el toro le hubiese muerto. Saba que no era salvo, y que l habra ido al infierno. Gracias a Dios, antes de salir de aquel hospital, el joven que con tanta valenta haba salvado a las niitas se entreg al Salvador. Lo acept de corazn y fue salvo.

Tambin otros de la misma sala del hospital, llegaron a creer en Cristo. Ms tarde Carlos dedic su vida a predicar el evangelio, y Juanita continu visitando semanalmente “la sala de Carlos,” como la llamaban, cantando de Cristo y su amor.

 

 

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