Hecho a la imagen de Dios

Hecho a la imagen de Dios

por Esteban Bartel
En algún lugar, por dentro, muy adentro, este niño… ¡estaba hecho a la imagen de Dios! Y Dios lo amaba. Tal como estaba. Esto era suficiente para nosotros. Además, Dios nos había llamado a ministrar a niños exactamente como él. ¡No podíamos darnos por vencidos! Si nos rendíamos con Roberto, algún día podríamos tener otro niño igual a él…
Hecho a la imagen de Dios
“Sí”, les respondí a los profesores, “Dios nos ha llamado para ministrar a los niños más rechazados, los de peor comportamiento, los de menor potencial para tener éxito en la vida. Dios quiere que nos comprometamos con los niños que nadie más está dispuesto a confrontar. Este es nuestro llamado, es la voluntad de Dios, es la razón por la cual estamos aquí”.
Por supuesto, nos encontrábamos cómodos en el “retiro inspiracional para profesores antes del comienzo del año escolar”, sin ningún alumno que nos acompañara. Pero una semana después comenzó nuestro período de estudio, trayendo consigo a Roberto*. Con él me di cuenta que tendría que arrepentirme de mis promesas inspiradas, o ver la mano de Dios en acción.
Roberto llegó al colegio “Luz y Vida” que habíamos creado para los niños que no podían acoplarse a cualquier otra escuela. Él tenía más o menos once años de edad, y todo en su contra: un pasado destruido por las drogas, una madre prostituta y un padre que nunca había conocido, problemas de aprendizaje, y una autoestima bajo tierra. Además, soportaba deformaciones físicas. Su mamá misma había intentado abortarlo varias veces, y él lo sabía. Estaba seguro de que todo el mundo quería deshacerse de él. A veces vivía en una pieza en el barrio más violento y “desechable” del centro de Bogotá, otras veces dormía solo en la calle. Pero, de alguna manera, llegó a nuestro colegio.
Roberto cargaba un peso asombroso. Tenía una profunda ira, alborotaba a los otros siete alumnos de su clase, estaba siempre a la defensiva, y era vengativo. Sus groserías se escuchaban hasta la calle. Profesores, visitas, estudiantes, y hasta la cocinera tuvieron que aguantar sus explosiones emocionales. Robaba. Destruía las pertenencias de los demás. Mentía descarada e insistentemente, aun siendo confrontado con evidencias indudables. Algunos de nosotros hasta nos alegrábamos los días en que no aparecía. Pero siempre volvía… y peor que antes. Pronto estábamos dispuestos a tirar la toalla con Roberto. “Hemos hecho todo lo posible, ¿no es cierto? ¡Ya basta!”
Pero una pequeña voz dentro nuestro nos recordaba que Roberto estaba “hecho a la imagen de Dios”. ¿Dónde? No lo sabíamos. No lo demostraba por ningún lado. En algún lugar, por dentro, my adentro, este niño… ¡estaba hecho a la imagen de Dios! Y Dios lo amaba. Tal como estaba. Esto era suficiente para nosotros. Además, Dios nos había llamado a ministrar a niños exactamente como él. ¡No podíamos darnos por vencidos! Si nos rendíamos con Roberto, algún día podríamos tener otro niño igual a él… y sería tanto más fácil rendirnos con aquél también.
Entonces, los educadores de “Luz y Vida” nos comprometimos y tomamos una determinación: nunca rechazaríamos a “la imagen de Dios”, ni en Roberto, ni en ningún otro niño difícil. Comenzamos con lo fundamental: corazones quebrantados delante de la presencia del Señor, intercediendo profundamente por un alma perdida: Roberto. No ha sido fácil. Nuestro personal desarrolló un nuevo programa individualizado para Roberto. Lo académico era secundario.
El énfasis estaba en el amor de Dios hacia él, su valor para el Padre celestial y para todos los del colegio, su habilidad de llegar a ser alguien importante en la vida, y la verdad que nunca nos íbamos a dar por vencidos con él. Su disciplina fue firme, pero saturada de amor. Algunas de las profesoras lo llevaban a sus hogares para pasar el fin de semana con sus familias. Su propia familia fue visitada frecuentemente. Aun así, a veces Roberto espontáneamente le pegaba a otro desafortunado estudiante en la fila del almuerzo, o se ponía terco y no hablaba por horas. Pero comenzó a leer, y a creer. Su sonrisita, aunque medio chueca, lo descubría… y sabíamos que, ocasionalmente, hasta estaba contento consigo mismo. Su mamá vino a varias reuniones de padres. Y el año pasado, después de tres años con nosotros, Roberto tomó los exámenes nacionales para aprobar cuarto grado de primaria… ¡y pasó! Casi lloramos de alegría.
Pero nuestro gozo más grande se vio cumplido cuando Roberto entregó su corazón al Señor Jesucristo. ¡Aleluya! ¡Valió la pena! ¡Los ángeles gritaron victoria, e hicieron fiesta en el cielo! Roberto, a quién nadie quería… estará con nosotros en la gloria y en la presencia de Dios.
Ya no es sólo nuestro alumno… ¡ahora es nuestro hermano! Cuando cae, lo ayudamos a levantarse de nuevo. Cuando nos hiere una y otra vez, lo perdonamos. En sus frecuentes depresiones, lo animamos a seguir adelante. Aleluya, sí vale la pena.
Actualmente, Roberto está en otro colegio, un colegio comunitario para alumnos “normales” y todavía no lo han expulsado. Lucha por vivir una vida cristiana. Tal vez Roberto es una versión algo borrosa de la imagen de Dios; pero Dios está comenzando a mostrarse por medio de su vida. Roberto ha mantenido contacto con nosotros y nos ha mostrado su amor; y es una inspiración para otros niños que vienen a “Luz y Vida” como vino él: destruidos, con muy pocas expectativas y esperanzas.
No tuve que arrepentirme de haber dicho lo que dije en el retiro. Dios sigue haciendo Su milagro en los niños más rechazados. Y nosotros tenemos el privilegio de ver con nuestros propios ojos este milagro de Dios lentamente, muy lentamente desarrollado…
Aún hoy, nuestros profesores agradecen a Dios por las lecciones aprendidas por medio de Roberto; lecciones que no se encuentran en texto o conferencia alguna, lecciones que muchos jamás tendrán oportunidad de aprender, como por ejemplo el poder del amor, un amor que sólo viene de Dios mismo y alcanza una vida destruida. La familia, los amigos, la sociedad, los colegios, las autoridades encargadas de proteger a los niños desamparados, su propia madre, todos abandonaron a Roberto. No había otra opción: su última oportunidad era creer que Dios lo amaba. Roberto necesitaba ver este amor vivido alrededor de él. Y el Señor confía Su amor a nosotros. Sí, ¡créalo! Por eso nos trae a los “Robertos”, para que nosotros le demostremos Su amor sobrenatural. ¿Cómo podríamos despreciar este gran privilegio que tanto complace a nuestro Padre?
¿Otra lección? Jesucristo mismo no tuvo parecer, ni hermosura, ni atractivo para que lo deseemos. Él fue despreciado, y desechado, varón de dolores, experimentado en quebranto. Escondimos de él nuestro rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Hmm. Roberto también… ¿verdad? ¡Verdad! ¡Roberto hecho a la imagen de Dios! (La imagen de Dios no es siempre algo tan lindo, tan aceptable, tan sano… pero es Su imagen). ¿Cuántas veces nos ha visitado nuestro Señor bajo la imagen de un desechado? ¿Cuántas veces lo hemos recibido? ¿Y cuántas veces nos hemos dado por vencidos porque vino en forma de alguien como Roberto?
Y, por último, también hemos aprendido lecciones prácticas. Querido hermano, lea de nuevo la historia de Roberto y descubra allí las estrategias divinas que Dios usó para alcanzar y restaurar a un niño abandonado… pero hecho a la imagen de Dios.
 
*Nota: Roberto es un seudónimo para un caso verdadero.
Esteban Bartel ha sido director de “Ministerio Niños de la Calle” de Juventud con una Misión, Colombia, desde el año 1985. Además de ser misionero, es administrador educativo.
 
Apuntes Pastorales/ Suplemento: Alcanzando a los Niños en Riesgo. Volumen XVII

 

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