“Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmos 53:1).

Se cuenta que Jean Lee Rond d’Alembert, escritor, filósofo y matemático francés, frecuentaba con asiduidad el palacio de Lorena. Queriendo atraer la atención sobre sí, irreverentemente afirmó: “Soy yo el único en este palacio que no cree en Dios y, por eso, no Lo adora. “se engaña”, contestó la princesa. El señor no es el único en este palacio que no cree en Dios y ni Lo adora. “¿Quién son los otros?” preguntó el sabio. “Son todos los caballos y los perros que están en las caballerizas y en los patios de este palacio” contestó la princesa. “Así, ¡estoy siendo comparado a los irracionales!?” “De modo alguno”, tornó la princesa. Aunque los irracionales no tengan conocimiento ni adoren a Dios, no tienen la imprudencia de ufanarse de eso.”

Ésa es una historia antigua. No sé si es verdadera. Pero, no importa. Conozco muchos que se dicen ateos y son vistos en las iglesias. Dicen que están apenas “acompañando ” la esposa ¡y hijos! Conozco muchos ateos que conocen la Biblia mejor que muchos cristianos que están hace años en los templos. Dicen que estudian la Biblia apenas para contradecir las enseñanzas de Cristo. Dicen muchas cosas que no pueden probar, pero, digo que los ateos, para nosotros, son personas amadas de Dios y que precisan del cariño y de los atenciones del Señor.

Digo que no creo en ateos. Creo solamente en aquéllos que, a pesar de decir no creer en Dios, guardan en el fondo del corazón una semilla para la hora en que dirán, “yo no creaba y ahora creo”.

Nosotros, cristianos, ¡amamos los ateos! Queremos verlos felices, alcanzados por el amor de Dios, siendo llamados por el Señor, en voz alta, “benditos de mi Padre”. Dios creó a todos, ama a todos, desea el mejor en este mundo para todos.

El insensato dice: “no creo en Dios” y nosotros, que somos sensatos y separados por Dios, decimos: “Creo en ustedes, en la salvación eterna cuando Jesús entre en sus corazones”.

Y usted, ¿ama también los insensatos qué no adoran a Dios?

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