Drama – Una manta para un rey| |
Esta hermosa historia de Navidad lleg a mis manos hace muchos aos.
Su contenido es precioso y se puede utilizar para representar durante las
celebraciones navideas en la iglesia.
HISTORIA
Aarn y Sara no podan dormir. Los rayos de la refulgente estrella brillaban
en su ventana y cruzaban la cama del nio. Llenos de admiracin, observaban su
misterioso resplandor.
La casa estaba tranquila. La posada, en el piso de abajo, desde haca rato se
hallaba atestada de cansados viajeros. Los padres de los nios estaban
profundamente dormidos. Sbitamente se oyeron unos fuertes golpes en la puerta
de la calle.
-Quin podr ser? – pregunt Sara.
-Cmo puedo saberlo? Llamar a pap-
dijo Aarn, dirigindose a la otra habitacin.
Despus de despertar a su padre, Aarn y Sara se acercaron a la ventana para
ver y or mejor.
– Pero les estoy diciendo que no hay lugar – protest el padre de
Aarn.
-Usted no entiende, rogaba el viajero, mi esposa est por tener un
nio- aadi mientras hacia gestos sealando a la mujer que estaba sentada en el
burrito.
-Un nio! – susurr Sara.
-Shhhhh- advirti Aarn.
De todos modos, no puedo ayudarles. No hay ni una sola habitacin – dijo el
posadero cerrando finalmente la puerta. La solitaria figura salud. Luego se dio
vuelta lentamente para irse.
Aarn y Sara corrieron hacia las escaleras.
-Padre el estable! Ellos podran quedar en el establo – grit
Sara.
-Qu es esto? Qu hacen los dos fuera de la cama.
-Ellos podran,
padre – insisti Aarn con tranquilidad. Ser mejor que nada.
-Bueno, de
acuerdo.
El posadero abri impacientemente la puerta y llam a los viajeros.
-Eh, ustedes, pueden quedar en el establo si lo desean.
-Gracias,
gracias!
– Es usted muy amable – contest el hombre, y tomando las riendas
gui al burrito detrs de la posada.
El padre de los nios los urgi a volver a la cama.
-Ese hombre no debera
viajar con su esposa en esas condiciones – murmur.
La noche estaba tranquila, la estrella estaba brillando sobre Aarn y Sara.
Ahora estaban demasiado excitados como para dormir.
-Crees que el nio
nacer esta noche? – pregunt Sara.
-Sigues haciendo preguntas tontas. Qu
se yo de nios? – replic Aarn mientras se daba vuelta en la cama.
-Me
imagino que estar horriblemente oscuro en el establo- insisti su
hermana.
-S, – asinti Aarn. Durante un momento qued pensando, crees que
debiramos llevarles una lmpara?.
-Oh, Aarn, pienso que es una magnfica
idea. Hay una colgada en la puerta de atrs – dijo Sara saltando de la
cama.
-Ya se, ya se – confirm Aarn y comenz a ponerse el abrigo-. Quieres
venir conmigo?
-Seguro! Quiz el nio lleg ya! Y yo quiero verlo.
-De
acuerdo. Pero qudate quieta, eh, o despertaremos a pap otra vez.
Aarn descolg la lmpara y con grandes pasos cruz la parte de atrs en
direccin al establo. Se asomaron por la puerta. El hombre alto estaba apilando
heno en una esquina. Se dirigieron a l.
– Bueno, quienes son ustedes?- pregunt.
-Mi nombre es Aarn. Mi padre es
el posadero. Esta es Sara, mi hermana.
-Encantado de conocerlos. Yo soy Jos,
y esta es mi esposa María.
-Diles que entren, Jos – indic María.
Aarn colg la lmpara en un clavo. Una vaca se dio vuelta y movi la cola,
mirando con ojos adormecidos a los intrusos.
– Pensamos que ustedes necesitaran algo de luz – dijo Sara.
-Es cierto.
Ustedes son muy buenos – agradeci María, tendiendose en la cama que Jos haba
preparado para ella.
– No es muy tarde para que ustedes estn levantados? –
pregunt Jos.
– No podemos dormir. Est esa estrella grande y brillante, la
ms grande que alguna vez hayamos visto… S, all est! – exclam Sara,
sealando hacia la puerta-. Brilla directamente en nuestros ojos.
María y Jos se miraron y sonrieron.
-Cundo llegar el nio? – pregunt
Sara, acariciando una de las ovejas.
– Pronto. Muy pronto – contest María
con una sonrisa.
-Bueno, mejor nos vamos – le dijo Aarn a Sara.
-Dios
bendiga a los dos – sonri María.
-Y muchas gracias por la lmpara – agreg
Jos.
Los nios regresaron a sus camas. Todava el sueo no vena.
– Sabes?,
me parece que no est bien – dijo finalmente Sara.
– Qu no est bien?
–
Nosotros aqu, tan abrigados, y ellos all afuera en el establo.
– No podemos
ayudarle; todas las habitaciones estn llenas.
– Ya lo s. Pero no crees que
el nio tendr fro?
– Ya te dije, yo no s nada de nios!
– Toman fro
con mucha facilidad. Yo lo s.
– Pero qu podemos hacer?
– Podemos
llevarles una manta para que el nio est abrigado.
– No, esta noche no
podemos. Escuch a mam decir que estn usando todas las mantas que tienen –
replic Aarn. Luego cerr los ojos y trat de dormir.
– Sabes una
cosa?
– Oh! Ahora qu?
– Le podemos dar nuestra manta.
– Qu?
Entonces no tendremos ninguna – dijo Aarn, levantando su frazada para cubrirse
hasta el mentn.
– Pero por lo menos tenemos una cama. El nio ni siquiera
tiene una cuna.
-Aarn consider la idea por un momento. Mir hacia arriba, a
la brillante estrella. Sara estaba silenciosa, esperando. El saba que la
desicin era suya.
En eso un grito atraves la noche. No era una oveja, ni un cordero. No era
parecido a ningn sonido que ellos hubieran escuchado antes. Sara salt de la
cama.
– El nio! El nio! Ya lleg! Est aqu!
– Shhhhh! – orden
Aarn. Tomando la manta, l y Sara bajaron las escaleras otra vez.
Cuando llegaron al establo, Jos estaba inclinado sobre María. Luego se dio
vuelta, levantando un pequeo beb. Sonri.
-Pasen, pasen! – insisti, presentndoles al beb para que lo
vieran.
-Jos – rog María -, dmelo! Debo ponerle algo de ropa.
Los nios observaron mientras María envolva al beb en largas tiras de tela.
Jos llen un pesebre con heno fresco y limpio.
– La manta, Aarn! La manta! – urgi a su hermano.
– Aqu est. Se la
trajimos para el beb – dijo Aarn extendiendo la manta de color
ladrillo.
-Gracias, Aarn.
María tom la rustica manta de lana, y envolviendo con ella suavemente al
beb, lo ubic en el pesebre. Cerca de all el burrito entrecerr sus pesados
prpados, sin dejar de observar la escena.
Sara se inclin sobre el pesebre
para ver ms de cerca al nio.
-Cmo lo llamarn?
– Jess – replic María rpidamente.
-Jess –
repiti Sara con voz suave-.
-Es un hermoso nombre. Un da ser Rey- dijo
Jos.
– Jos. No deberas… – protest María.
Aarn y Sara se miraron intrigados. Luego regresaron a su habitacin. Otra
vez en su cama Aarn y Sara sentan fro al no tener nada para cubrirse. Sara se
acerc ms a su hermano. El no la apart. Al tratar de darle calor a ella, l
mismo entraba en calor.
A los pocos das, cuando María se sinti ms fuerte, ella y Jos se
preparaban para partir. Aarn trajo el burrito del campo. María dobl la pequea
manta y se la devolvi a Sara.
– No – dijo Sara – es para el beb.
– Gracias – sonri María y envolvi a
Jess en la rstica manta roja. Jos la ayud a subir al burrito. María inclin
el beb para que Sara pudiera verlo por ltima vez. Aarn estrech las manos de
Jos, y la pequea caravana sali en direccin al camino.
Aarn y Sara
se sentaron en el umbral de la posada, observando las figuras que se
empequeecan ms y ms. Siempre un pedacito de la manta roja alcanzaba a verse
movindose con la fra brisa.
Detrs de ellos los nios escucharon a su madre bajar las escaleras.
– Dnde est mi manta de lana? Si han estado jugando a la carpa con mi mejor
frazada…
Aarn y Sara se miraron y sonrieron. Entonces Aarn habl.
– No hicimos una carpa con ella, madre. Se la dimos a un Rey.
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