Qué es la superación personal

Qué es la superación personal

Por: Capellán Daniel Romo

Director Nacional Comisión de Capellanes

Iglesia de Dios – Chile

 

 

 

 

La superación personal es un proceso de cambio a través del cual una persona trata de adquirir una serie de cualidades que aumentarán la calidad de su vida, es decir, conducirán a esa persona a una vida mejor.

Esa vida mejor no necesariamente debe entenderse como una vida con más comodidades materiales, aunque éstas también pueden aparecer como un subproducto del cambio personal. Lo que el individuo trata de hallar a través de la superación personal es, en cambio, un estado de satisfacción consigo mismo y con las circunstancias que lo rodean.

Son muchos los factores que conspiran en contra de un estado de esta naturaleza. Es frecuente encontrar personas que viven oprimidas por sentimientos de angustia, temor o incluso ira contra sí mismas o contra los demás. La causa de esto son creencias erróneas acerca de lo que es la vida, creencias que producen comportamientos nocivos para el bienestar de la persona.

Durante el proceso de cambio la persona en busca de la superación trata de conseguir la liberación de esas creencias erróneas para así poder estar en condiciones de afrontar la vida con otro enfoque, bajo otra perspectiva. Esto se llama el proceso de liberación o de despertar. A esa persona que ha conseguido ese objetivo se la puede llamar una “persona evolucionada”, dado que ha experimentado una evolución en su actitud frente a la vida.

Debes estar al tanto de que convertirse en una persona evolucionada no es un proceso fácil. Implica dejar atrás muchas formas de comportamiento que has ido adquiriendo durante tu tiempo de vida y que ya se han convertido en parte integrante de ti. De hecho, lo que se te está pidiendo es te conviertas en otra persona diferente de la que eras.

Ante la magnitud del esfuerzo que esto implica, es comprensible que algunos decidan seguir siendo como eran antes, a pesar de todos los inconvenientes que ello les ocasiona. Para otros es imposible seguir en las condiciones en que se encuentran y solamente les queda tratar de cambiar si es que la vida ha de tener algún significado para ellos.

Si tú eres de los que han decidido que no les queda otra opción que cambiar, estas páginas te pueden ayudar mostrándote algunas de las conductas que debes evitar y cuáles son las que debes preferir. La resolución de evolucionar o no, la debes asumir tú como una condición preliminar para que exista alguna posibilidad de cambio.

La seguridad que proporciona lo conocido y la inseguridad que provoca lo desconocido, son algunos de los motivos por los cuales las personas se resisten al cambio. También es cierto que las cualidades de la persona evolucionada no son precisamente las que promociona la sociedad. Algunas veces, asumir una actitud evolucionada representa enfrentarse con la manera de pensar de la mayoría y esto no suele ser grato para nadie.

En realidad, iniciar el camino de la superación personal implica tener la intención de adoptar formas de pensamiento que han sido características de las grandes personalidades de la humanidad. Estas grandes personalidades no lo fueron precisamente por haber seguido las instrucciones de algún libro sobre cómo conseguir amigos e influir en las personas.

El camino de la superación personal no es para todo el mundo, sino solamente para aquellos que han decidido hacer el esfuerzo porque están convencidos de que no les queda otra alternativa.

Importancia de la superación personal

La superación personal tiene importancia para el individuo porque permite lograr una mejor calidad de vida. Además, tiene una importancia social porque al evolucionar la persona se modifica también la sociedad en la cual se encuentra.

Si nos fijamos objetivos externos a nosotros, tales como la riqueza o la opinión de los demás, podemos caer en el error de pensar que lo que importan son los fines y no los medios. Esta orientación, promovida por la mayoría de las sociedades actuales, es la causa de que veamos comúnmente personas que han conseguido sus objetivos pero no la felicidad que deseaban.

Muchos de los males sociales de los que continuamente nos quejamos son producidos por la compulsión de la sociedad a perseguir los fines que ella nos fija sin reparar en los medios. Si la sociedad me indica que para ser feliz debo ser rico y trato de conseguirlo a toda costa, no puedo quejarme si después algún otro trata de quitarme mi riqueza para conseguir su felicidad.

Si los políticos votan leyes que benefician a sus intereses y no a los de la sociedad, si los jueces no defienden a las leyes sino a sus propios bolsillos, si los policías son tan delincuentes como los mismos malhechores, es porque la sociedad en su conjunto ha errado el camino y ha elegido perseguir determinados fines sin tener en cuenta los medios utilizados.

Sin llegar a estos extremos, muchas personas que no llegan a la ilegalidad ni a la corrupción ven frustrados sus esfuerzos para ser felices debido a que han equivocado las herramientas para conseguir su felicidad. Así se puede ver cómo aumentan la cantidad de divorcios, los problemas en la crianza de los hijos y el consumo de drogas.

Si se busca la felicidad a través del mejoramiento de sí mismo, es mucho más factible que sea alcanzada, aunque el esfuerzo sea mayor. Si cada vez son más las personas que buscan la felicidad de esta manera, la sociedad en general se verá beneficiada porque, al ser mejores las personas que la integran, su conjunto también será mejor.

Evidentemente un camino tan arduo como el de la superación personal no puede ser recorrido si uno no está firmemente convencido de lo que está haciendo. Son muchos los obstáculos a encontrar, siendo el principal de ellos el de tener que vivir por y para la verdad. Esto comienza teniendo que reconocer si realmente uno está dispuesto a hacerlo o no.

El camino de la superación personal es el camino de la verdad. Uno debe acostumbrarse a convivir con la verdad, por más que no sea del gusto de uno. La persona que no tolera esto porque le resulta demasiado doloroso desprenderse de las mentiras en medio de las cuales vive, no está preparada para iniciar este camino.

Una forma de mentir es la de aquellas personas que dicen que quieren ser mejores pero no dicen en qué o para qué. Esto no se limita a aquellos que quieren ser más ricos para tener un coche mejor que el del vecino, sino que también se aplica al que quiere ser más virtuoso que el vecino. Si yo pretendo aumentar mi virtud para así poder apabullar al vecino mostrándole que soy más virtuoso que él, o para mostrarle a mi Dios que soy mejor que el otro, es evidente que voy por mal camino.

 

 

 

 

 

Quiénes pueden superarse

Existen ciertas condiciones que deben cumplir las personas que quieren emprender el camino de la superación personal. En primer lugar, deben querer superarse. Esto puede parecer una perogrullada, pero hay un motivo para requerirlo. Hay algunas personas que dicen que les gustaría ser mejores, pero… no están seguras, tendrían que pensarlo un poco más todavía.

Para estar en condiciones de superarse, la persona debe tener en primer lugar la intención de hacerlo. Con esto quiero decir que el proceso de cambio es algo que surge del interior de la persona y no puede ser impuesto desde el exterior. Si una autoridad cualquiera decidiera, en un país, forzar a sus conciudadanos a superarse, no lo lograría. Tal vez conseguiría obligarlos a adoptar una apariencia de superación, pero la superación solamente la conseguirían aquellos que de todas maneras lo hubieran hecho sin ser obligados.

Esto no quiere decir que no se pueda, durante la infancia, transmitir a los niños valores propios de la persona evolucionada. La infancia es un período de aprendizaje, y tanto pueden aprenderse cosas malas como cosas buenas. La enseñanza será provechosa en la medida en que sea transmitida a través del ejemplo y en que coincida con las tendencias congénitas del niño.

La infancia es un período de aprendizaje de hábitos. El significado de esos hábitos, sin embargo, solamente será comprendido cuando la persona alcance la adultez. El niño aprende por imitación, el adulto por convicción. Para estar convencido de la importancia de aprender algo, se debe tener un poder de comprensión que solamente se alcanza en la edad adulta.

Comprender la conveniencia del cambio es algo que se puede dar de una manera traumática o no. Existen personas a las que todo les sonríe en la vida, que no tienen preocupaciones ni pesares, y que, sin embargo, un día dan la sorpresa a los que las rodean de manifestarse dispuestas a abandonar todo lo que tienen y emprender una nueva vida.

Cuando se produce un cambio como el descrito, la única manera de explicarlo es como el resultado de un proceso interno de maduración. Por el contrario, existen otros cambios que parecieran producirse a raíz del sufrimiento repetido o de un gran sufrimiento inesperado.

Puede ocurrir que la persona llegue a la conclusión de que no tiene sentido seguir sufriendo y decida hacer un cambio en su vida. O bien un acontecimiento como la muerte de un familiar puede llevar a la persona a replantearse los supuestos que han estado rigiendo su vida.

En resumen, estará en condiciones de superarse aquel o aquella que tenga la intención real de hacerlo y la comprensión que solamente otorga la vida. Esta comprensión para algunos llega más temprano y para otros más tarde o nunca. La edad cronológica es generalmente un buen indicativo de la adultez, pero falla en algunos casos. Una persona puede ser mentalmente adulta a los dieciocho años y otra no llegar a serlo todavía a los cuarenta y cinco.

Una vez que se ha tomado la resolución de emprender el cambio y se ha comprendido qué es lo que hay que cambiar, queda todavía un largo camino por delante. Ese camino solamente podrán recorrerlo aquellos que además tengan la cualidad de la persistencia.

El proceso de superación

Todos los Maestros que han estudiado cómo determinadas personas se diferencian del resto de una manera que habilita poder decir que han alcanzado un estado superior (no en posesiones materiales, sino en su excelencia como persona) han coincidido en una serie de características que son propias de dichas personas.

A esas personas se las ha denominado de diversas maneras: persona desarrollada, persona realizada, persona madura, persona sabia, persona superada, etc. Yo he decidido usar el término “persona evolucionada” dado que el concepto de evolución representa al mismo tiempo un proceso de cambio y de diferenciación. Dado que estas personas son diferentes de la mayoría, me parece adecuado decir que han evolucionado.

Este proceso de evolución puede ser natural, sin esfuerzo por parte de la persona y producto solamente de sus experiencias de vida. Sin embargo, no es éste el caso más frecuente. Lo usual es que la persona evolucionada haya llegado a serlo por un esfuerzo consciente y luego de mucho trabajo.

La razón de emprender un difícil proceso de cambio solamente se justifica por la necesidad de salir de un estado de sufrimiento para llegar a un estado de paz. La persona que ya está en paz, que es feliz como está, no va a emprender el camino de la superación personal porque no lo necesita.

La característica principal de la persona evolucionada es el estado de paz interior; es una persona que está en paz consigo misma y con el mundo. Esta cualidad es apoyada por muchas otras que son las que permiten llegar a ese estado, pero hay algunas condiciones que deben darse para que se inicie el proceso de superación personal.

Como ya dije, la persona debe estar pasando por un estado de sufrimiento psíquico. Este tipo de sufrimiento se identifica hoy en día con la enfermedad mental más difundida, que es la depresión. La depresión es una afección que, salvo en sus formas más agudas, no impide llevar una vida que se puede llamar “normal”, por lo que en una época no era considerada como una enfermedad.

En una graduación de lo más leve a lo más grave, podemos decir que la gama del sufrimiento psíquico va desde la simple “infelicidad” hasta la depresión aguda que impide el funcionamiento normal de la persona. Existen depresiones que son producto de un disfuncionamiento del organismo y que pueden ser curadas con una medicación adecuada. Aquellas depresiones que no tienen una causa orgánica deben ser enfrentadas por medio de la psicoterapia o de la superación personal, según sea su gravedad.

Para iniciar el proceso de superación personal, debes reconocer tu estado actual de infelicidad, depresión o como lo quieras llamar. Si no reconoces que hay algo para solucionar, no vas a hacer nada para solucionarlo. Existen muchas personas que caen en lo que llama “negación”, que consiste en argüir que no les ocurre nada. Aquellas que reconocen que algo les ocurre, pueden decir que no tiene importancia porque es solamente transitorio.

Una vez que has reconocido y aceptado tu estado de sufrimiento, y que el mismo no va a cesar por sí solo y va a continuar a menos que algo ocurra, se debe dar el segundo paso. Debes convencerte de que está en tus manos salir del estado de infelicidad. Existen personas que echan la culpa de sus desgracias a factores externos y niegan tener la posibilidad de hacer algo para evitarlas.La capacidad de salir del sufrimiento proviene de la posibilidad cierta que tienes de cambiar, no los hechos de la realidad, sino la actitud con que te enfrentas a los mismos. Teniendo una apreciación correcta de la realidad, que te indique cuáles son los hechos que puedes cambiar y cuáles no, puedes aprender a dejar de sufrir por aquellas cosas que estás imposibilitado de cambiar y, de esa manera, estar en mejores condiciones para cambiar lo que está a tu alcance hacerlo.

Aceptar los problemas de la vida

Muchas veces nos desesperamos por la cantidad de problemas que tenemos que afrontar diariamente: en el trabajo, en la casa, en cualquier otro lado. Parecería que fuéramos de problema en problema; no terminamos de salir de uno cuando ya aparece otro.

En esos momentos solemos decir: “¡Que feliz sería si no tuviera tantos problemas!” Sin embargo, este es un enfoque equivocado. Mientras vivamos, la vida nos presentará inevitablemente problemas para resolver, y el hecho de ser feliz no está relacionado con la existencia o no de problemas sino con la manera en que los enfrentas.

Piensa un poco en qué es una situación problemática. Se dice que tenemos un problema cuando algo no se produce de la manera que nos gustaría. No ganamos lo que nos gustaría, los hijos no se portan como nos gustaría, o simplemente el tránsito no avanza tan rápidamente cómo nos gustaría. ¿Sería posible que todo ocurriera de la manera en que a ti te viene bien? Obviamente que no, aunque más no fuera por la razón de que muchas veces lo que es el beneficio de uno es el perjuicio del otro.

Entonces vemos que los problemas son una parte ineludible de la vida. Si queremos vivir, tenemos que enfrentar problemas. Pero no debes verlo como un mal irremediable, sino como una oportunidad para superarte. Cada problema es una oportunidad para ejercer tu razonamiento, que es la manera de crecer.

Ejercer tu razonamiento con un problema no significa necesariamente tener que resolverlo. Tal vez lo que debas hacer es ignorarlo. Con cada problema que se te presenta, tienes las dos opciones: resolverlo o ignorarlo. Existen distintos tipos de problemas, y a menudo se presentan varios simultáneamente. Sería una cuestión sin sentido tratar de resolver todos sin que falte uno.

Cuando tenemos que enfrentar varios problemas al mismo tiempo, lo primero que tenemos que hacer es jerarquizar los mismos. Habrá algunos más importantes y otros que lo son menos. Tus recursos no son ilimitados y es probable que, al tratar de solucionar los menos importantes, comprometas la solución de los más urgentes. Entonces sería una decisión sabia ignorar aquellos problemas que en el momento no te son tan importantes.

Una vez establecida una jerarquía de problemas y determinado cuáles vamos a tratar de resolver y cuáles vamos a dejar para más adelante o para nunca, no nos queda otra alternativa que comenzar a tratar de resolverlos. Es en este momento cuando realmente está en juego la posibilidad de ser feliz; la diferencia entre ser feliz o no, radica en la actitud con que afrontas tus problemas.

Hay tres actitudes con las que puedes encarar la resolución de tus problemas: “Soy incapaz de solucionar nada”, “Nada es demasiado difícil para mí” y “Algunas cosas podré resolver y otras no”. La última opción es la única que te puede ayudar a tener más felicidad en tu vida.

Si desde el comienzo supones que eres incapaz de resolver cualquier problema que se te presente, estarás constantemente dependiendo de alguna otra persona para poder vivir. Llevar una vida dependiente no es la manera de vivir feliz. Para poder serlo debes tratar de ser tan autónomo como te sea posible, dentro de los limites que implica seguir siendo un ser humano. Vivir encadenado a los otros para que te solucionen tus problemas, es condenarte a la infelicidad.

Si partes de la base de que no hay nada que esté más allá de tus posibilidades, también vas camino a la infelicidad, sencillamente porque esa afirmación no es cierta. No existe ningún ser humano todopoderoso, todos tenemos nuestras limitaciones. Si piensas que todo lo puedes, estás equivocado, y en algún momento la realidad se encargará de demostrártelo. Cuando ello ocurra, el golpe puede ser muy fuerte y ciertamente no serás una persona feliz.

Si tienes una apreciación realista de tus posibilidades y reconoces que algunas cosas podrás resolver y otras no, estás mucho mejor preparado para ser feliz. Es importante darse cuenta de que hay hechos que escapan a nuestra decisión y que, por más buena intención que pongamos, no lograremos cambiarlos. Esto no significa que dejes de hacer todo lo que puedas, si no para solucionar, al menos para tratar de mejorar en lo que se pueda la situación.

Siempre tenemos que ponderar hasta donde llegan nuestras posibilidades, y tratar de llegar hasta el límite de las mismas, pero no pretender ir más allá. Si eternamente estás tratando de hacer lo que no puedes, eternamente serás infeliz.

Para que los problemas no te impidan tener toda la felicidad que puedas en tu vida, debes tener fe en tu capacidad para resolverlos, pero tampoco creerte omnipotente. Debes alegrarte por los que has podido resolver y no amargarte por aquellos que quedaron sin solución, descansando siempre en la tranquilidad que te da el saber que has hecho todo lo que has podido.

Cambiar la manera de pensar

El hombre es un ser pensante. El hecho de pensar nos diferencia de los otros animales que carecen de esta capacidad. Los animales actúan por instinto, algo que indica al animal en cada momento cuál es la conducta que debe seguir. Lo que distingue al hombre es que no tiene una conducta predeterminada para cada situación.

Ante una situación determinada, tú puedes elegir cuál es la conducta que quieres adoptar. Quiere decir que, hasta cierto punto, puedes decidir tu futuro, cosa que le está vedada a los animales. Este futuro a que me refiero puede ser el próximo minuto, el próximo día o los próximos cinco años. Lo que importa es que no hay nada que diga que en ese futuro las cosas serán como ahora, salvo que tú mismo lo decidas así.

Ante una afirmación como ésta, tu puedes aceptarla sin más o comenzar de inmediato a enumerar todos los factores que te impiden decidir cuál será tu futuro, en suma, todas las ataduras que mantienen en la situación en que te encuentras ahora. Lo curioso es que seguramente te olvidarás de mencionar la principal causa que te mantiene adonde estás: tu pensamiento.

Efectivamente, el pensamiento que es lo que te permite adoptar nuevas conductas es, al mismo tiempo, el que te limita las opciones que puedes elegir. Las creencias, que son pensamientos fijados en tu mente, te dicen qué es lo que puedes y qué es lo que no puedes hacer. De modo que, como puedes ver, tu pensamiento condiciona tu futuro.

De lo antedicho se deduce que si quieres cambiar tu futuro primero tienes que cambiar tu forma de pensar. Si no quieres que tu futuro sea igual a tu presente, debes comenzar por pensar que un futuro diferente es posible, y luego debes pensar cuál quieres que sea ese futuro. Pero atención, que no cualquier cosa que se te ocurra pensar puede ser posible.

Debes analizar cada una de aquellas creencias que por esto o por lo otro has incorporado, muchas veces en forma inconsciente, pero en última instancia por tu propia voluntad. Con respecto a cada una de ellas debes decidir si quieres seguir manteniéndola o si ya su plazo ha caducado y puedes desprenderte de ella sin inconvenientes.

Una vez hecho esto, tienes el horizonte claro para comenzar a planear tu futuro y aquí es donde la confrontación con la realidad es ineludible. De nada serviría tratar de obsesionarte con ideas que luego la realidad se encargará de demostrarte que eran meras fantasías. Pero justamente de esto se trata el pensamiento, y esto es lo que nos distingue como humanos. El pensamiento es lo que nos permite distinguir la realidad de la fantasía, y lo que es posible de lo que no lo es.

Una vez que has elegido un futuro que es posible de realizar, de nuevo la forma en que pienses influirá en que lo puedas lograr o no. Dependiendo de cuál sea la distancia entre tu punto de partida (el hoy) y tu punto de llegada (el mañana), necesitarás poner mayor o menor empeño en tu propósito, y ese empeño debe reflejarse en la cantidad de pensamiento que le dediques.

Si en general estás satisfecho con tu existencia actual, y solamente quieres introducir algunos pequeños cambios, solamente necesitarás pensar en ello de vez en cuando, cada vez que decidas ocuparte del tema. Si en cambio quieres introducir cambios drásticos en tu vida, no lo conseguirás a menos que hagas una obsesión de ello.

Todas las personas que han conseguido realizar grandes transformaciones en su vida, ya sea en el plano material o espiritual, han sido personas obsesionadas por una idea. Una obsesión es una idea dominante, o sea un pensamiento dominante. Ese pensamiento ha sido lo que le ha permitido a esas personas cambiar su futuro. Pero no estoy queriendo decir que todo el mundo debe tener una obsesión, ni siquiera que tener una obsesión es siempre una buena cosa.

Muchas de las personas que han perseguido una obsesión en su vida, se han dado cuenta, a veces demasiado tarde, que por hacerlo han realizado sacrificios que luego han lamentado. El pensamiento, tu gran ayudante, te indicará cuáles son los sacrificios que debes realizar para conseguir lo que quieres. Solamente tú debes decidir si realmente vale la pena hacer esos sacrificios, sin hacer caso de los cantos de sirena de la sociedad de consumo que constantemente trata de convencerte de que lo mejor es tener más y más, sea de esto o de lo otro.

Cambiar la manera de relacionarse

¿No sería maravilloso que todos los demás nos trataran amablemente? ¿Cuántas veces al tener que tratar con una persona, por cualquier motivo que sea, te sientes disgustado por la manera en que se dirige a ti? Esto puede cambiar si entiendes un principio muy sencillo: los demás te tratarán de la misma manera que tú los tratas a ellos. Pero no basta con entender este principio: además debes esforzarte por poner en práctica las consecuencias del mismo.

La superación personal no se consigue sin esfuerzo, pero no es un esfuerzo doloroso. No se trata de una dieta para perder veinte kilogramos en un mes comiendo dos lechugas y una zanahoria por día. ¡Los retorcijones que tendrás en el estomago ciertamente no aumentarán tu felicidad! Aquí se trata justamente de todo lo contrario: de que aumentes tu cuota de felicidad, de que cada día te sea un poco más agradable.

Sin embargo, tampoco basta solamente con conocer y entender los principios. Ésta es la causa de la desilusión de mucha gente, que cree que con haber captado un principio del crecimiento ya es suficiente, y, cuando no ven los resultados que esperaban, enseguida abandonan todo pensando que es inútil. Además de haber entendido los principios, que generalmente son muy sencillos, hay que ponerlos en práctica, y éste es el esfuerzo del que hablaba: la persistencia en la práctica diaria de los principios aprendidos.

Con respecto al tema que nos ocupa ahora, contesta la siguiente pregunta: si tu manera de relacionarte con las personas es, a cada uno que encuentras, tirarle una piedra, ¿qué piensas que harán los demás contigo? Obviamente, devolverte la piedra que les has tirado y, tal vez, agregar otra por cuenta propia. En este caso verás un ejemplo de que lo das es lo que recibes.

Piensa un poco: ¿qué es lo que arrojas a las personas que se encuentran contigo? O dicho de otra manera: ¿qué es lo que se desprende de ti cuando haces contacto con un semejante? Si lo que sale de ti es una sensación de rechazo y de disgusto, esto es lo mismo que la otra persona experimentará con respecto a ti. Lo mismo que damos es lo que recibimos. Y acá no cuentan solamente las palabras que digas, sino muchas otras cosas.

Existe un lenguaje que no es verbal, sino corporal. La expresión de la cara es muy importante en este lenguaje, aunque hay otros medios de comunicación no verbal, como la postura del cuerpo. Puedes verbalizar la frase “Buenos días”, pero lo que importa no son las palabras (o no solamente las palabras), sino la forma en que lo dices y tu expresión facial en ese momento. Lo que dices sin hablar puede contrarrestar completamente las palabras que pronuncias.

Muchas personas desconocen por completo este aspecto de la comunicación humana, fiándose por entero de las palabras que dicen, y después no entienden los resultados que se producen. ¿Cómo -se preguntan- si yo lo saludé amablemente, me contesta de esa manera? Es que lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se lo dice. La actitud revela más que las palabras, y la gente lo que percibe es la actitud y no las palabras.

Cuando llegamos a este punto podemos preguntarnos porqué ocurre esto de que el lenguaje verbal va en un sentido y el lenguaje corporal va en otro. La respuesta es que el lenguaje corporal es inconsciente en la mayoría de las personas, ya que sólo a través del entrenamiento se consigue controlar tanto el lenguaje hablado como el lenguaje corporal. La mayoría de las personas no tiene un grado de conciencia de su cuerpo suficiente como para controlar lo que éste dice.

Al ser inconsciente el lenguaje corporal, está revelando lo que realmente pensamos. En el progreso de la evolución, el lenguaje hablado es de aparición tardía con respecto al lenguaje corporal. Los animales, que no hablan, se comunican solamente a través de este último. Cuando se encuentran dos perros, no se hablan; se comunican a través del lenguaje de sus cuerpos. Es por esto que el lenguaje corporal tiene preponderancia sobre el lenguaje verbal.

Si una persona te habla cortésmente y al mismo tiempo agita su puño cerrado delante de tu cara, a lo que vas a hacer caso es a este gesto y no a lo que te diga. Esto es así porque inconscientemente vas a suponer que ese gesto representa su real forma de sentir y no lo que te está diciendo. Esto es correcto en la mayor parte de las personas; si su actitud hacia los demás es de hostilidad, ello se traslucirá a través de la capa de urbanidad que representan sus palabras.

Por lo tanto, para evitar que los demás te traten con hostilidad, lo primero que tienes que hacer es eliminar la hostilidad dentro de ti mismo, porque, aunque quieras disfrazarla con muy bonitas palabras, la gente hará caso a lo que realmente sientes y que se percibe a través de tu lenguaje corporal. Y si lo que perciben es hostilidad, pues hostilidad es lo que vas a recibir a cambio

Asumir la responsabilidad

Existe un ejercicio muy instructivo que te puede ayudar a avanzar en el camino de la superación personal y que es indicado para las personas que recién se inician en el tema. La oportunidad para realizarlo puede ser cualquiera, pero dará su mejor resultado cuando estés preocupado por algo que te está pasando. Cuando esto ocurra, trata de llevar a cabo los siguientes pasos.

A partir del hecho o situación que te está preocupando, comienza a rememorar los acontecimientos que sucedieron con anterioridad. La cantidad y tipo de acontecimientos a los que debes pasar revista guardan relación con la que es tu preocupación actual. Si se trata de una situación puntual, pueden ser las circunstancias de la última semana o del último mes. Si se trata de algo que ya lleva ocurriendo cierto tiempo, puedes tener que remontarte varios meses o años hacia atrás.

Una vez que has completado el paso anterior, debes tratar de establecer lo que podemos llamar una relación de causalidad entre los hechos que has rescatado del pasado. Esto significa que debes tratar de ver qué hecho ha proporcionado la oportunidad para que se produzca tal otro.

Supongamos que la situación actual sea “estoy casada con José”. El hecho que le dio origen a esta situación fue haberlo conocido. Si no lo hubieras conocido, no hubieras podido casarte con él. ¿Cómo lo conociste? La respuesta puede ser “en una fiesta en casa de unos amigos”.

Otra situación puede ser “me hicieron una multa por conducir sin licencia”. ¿Cómo pudo haber ocurrido este hecho? La respuesta puede ser “me había olvidado en casa la licencia”. De lo que se trata es de establecer una cadena de sucesos, de manera que el anterior sea la condición necesaria para que se produzca el siguiente.

La reacción de las personas cuando realizan este tipo de meditación, se puede encuadrar en general en dos clases diferentes. Unas encuentran que todo lo que les pasa es el resultado de la acción de otras personas. En cambio, otros individuos hallan en sus propias acciones la causa de los hechos que les han acontecido.

Esta división es tan fundamental que los psicólogos la han reconocido y utilizado como base para identificar dos tipos de trastorno mental, que, en realidad, representan dos maneras de ver la vida. Una persona puede decir “no me hubiera casado con José si no se me hubiera ocurrido ir a esa fiesta”. Otra persona puede argumentar que “si mis amigos no me hubieran invitado, no hubiera ido a la fiesta y no lo hubiera conocido”.

La forma en que interpretes los acontecimientos de tu vida es de primordial importancia en tu posibilidad de crecer como persona. Si sistemáticamente tratas de colocar en otros la responsabilidad de lo que te ocurre, esta conducta nociva te impedirá progresar. Debes comenzar por asumir tu parte de responsabilidad en los sucesos de tu vida.

Todos tenemos (y utilizamos) cierto grado de libertad en lo que hacemos. Si unos amigos me invitan a una fiesta, lo que me están haciendo es una invitación, no una imposición. Yo tengo la libertad de aceptar o no la invitación, de concurrir o no a la fiesta. No puedo atribuirles a mis amigos la responsabilidad de haber conocido a la persona con la que después me casaría.

En el otro ejemplo citado, alguien puede aducir: “no le caí simpática al oficial, por eso me hizo la multa”, olvidándose de que si no hubiera dejado la licencia en su casa la relación de simpatía o antipatía con la policía hubiera sido por completo irrelevante.

Tampoco el extremo opuesto, esto es, atribuirse la responsabilidad de todo lo que te pasa, es saludable. Una persona con un buen grado de salud mental sabe reconocer aquellos hechos que escapan a su control. Por supuesto que, de algún modo u otro, siempre somos responsables de colocarnos en situación de que ocurra algo, pero todo tiene su límite.

Si, por el motivo que sea, decido ir a vivir a una región que cuenta entre sus características la de tener escasas lluvias, y de repente sobreviene un temporal como no hubo en cien años, y se me inunda la casa, no puedo echarme la culpa por haber elegido ir a vivir en ese lugar.

En la mayoría de los casos, somos responsables de las cosas que nos ocurren, porque, de alguna manera o de otra, hemos proporcionado la oportunidad para lo que ha ocurrido, pero también debemos saber liberarnos de la culpa por aquellos acontecimientos de los cuales no podíamos saber que iban a ocurrir.

Cambiar la manera de decidir

¿Has contemplado alguna vez un árbol con detenimiento? Si reparas en la estructura de un árbol cualquiera, estarás viendo algo que por siglos ha llamado la atención de los filósofos. El símbolo del árbol ha sido usado desde siempre para representar la vida humana, la manera en que el hombre recorre el camino que va desde el nacimiento hasta la muerte. La manera en el que el árbol va creciendo, en que va acrecentando la cantidad de sus ramas a medida que se hace más y más grande, es la perfecta representación de la forma en que transcurre la vida del hombre.

Cada rama nueva que se agrega a las que ya tiene un árbol, procede de una rama que ya existía pero tiene una orientación diferente. Cada yema hace que una rama nueva crezca en una dirección distinta de la que tenía la rama donde creció el brote. Si pensamos en las infinitas posibilidades de desarrollarse que tiene la vida de una persona, encontramos la misma estructura que existe en las ramas de un árbol.

En cada momento de tu vida, lo que pasará en el momento siguiente no está predeterminado. Estás saliendo de un edificio; te encuentras en la puerta, encarando la calle. ¿Qué dirección tomarás? ¿Irás hacia la izquierda o hacia la derecha, o cruzarás rectamente la calle hasta la acera de enfrente? Tal vez tengas perfectamente claro hacia dónde debes ir, tal vez vaciles un momento antes de tomar una dirección u otra.

Lo que hagas en una situación determinada es siempre el producto de una decisión que tú tomas. Muchas cosas influyen en esa decisión, pero, antes que nada, existen dos grandes grupos: lo que has hecho antes y lo que piensas hacer después. Lo que has vivido hasta el momento condiciona lo que harás en el momento presente. Si estás cursando una carrera universitaria relacionada con la medicina, no es probable que te encamines hacia la Facultad de Derecho. Si el único deporte que has practicado es el baloncesto, no sería de esperar que te encamines hacia una cancha de golf. Los pasos que has dado anteriormente están condicionando en gran medida los que vas a dar después.

Pero, por otro lado, también existe un futuro. Tenemos expectativas de futuro, esperamos algo del porvenir. Esto también afecta lo que vamos a hacer. Si estás estudiando, es porque te has hecho una imagen de lo que esperas llegar a ser en el futuro: un profesional de la medicina, una persona dedicada a aliviar el dolor de los demás. Los planes que tengas para tu futuro están guiando los pasos que das en el presente. Has tomado una decisión, has dicho: esto es lo que quiero llegar a ser.

Así como en este ejemplo del estudio de una carrera, en todos los acontecimientos de nuestra vida se aplica el mismo principio: siempre lo que haces es el resultado de una decisión que tú has adoptado. A veces esa decisión se produce casi instantáneamente, a veces cuesta mucho tiempo llegar a ella. Cuando nos cuesta más de lo común, es cuando nos damos cuenta de que estamos decidiendo algo. En otros casos, apenas planteada la disyuntiva entre hacer esto o lo otro, ya sabemos qué es lo que queremos hacer. Pero siempre existe la decisión y siempre eres tú el que decide.

En ocasiones dejamos que sea alguna otra persona la que tome la decisión por nosotros, pero esto es también una decisión: es la decisión de no decidir, de dejar que otro tome las riendas de tu vida. Esto puede ser necesario en ciertas ocasiones, cuando no se tiene la suficiente información sobre el tema en cuestión. Toda decisión se basa en la información que disponemos en el momento de decidir, y toda decisión es, como máximo, tan buena como la información en la que nos basamos. Si, para un caso determinado, consideras que otra persona sabe más que tú sobre el tema, puede ser adecuado seguir el consejo de esa persona. Nadie puede saber de todo, y por eso es conveniente dejarse asesorar por aquél que sabe más que uno. Si tienes una enfermedad y el médico que te atiende opina que es necesaria una operación, tal vez lo más adecuado sea hacerle caso.

Donde nunca hay que dejar que otro tome las decisiones que a ti te competen, es en los grandes asuntos de tu vida, como ser por ejemplo la elección de una carrera, un trabajo o un cónyuge. En estas circunstancias no vale eso de otro puede saber más que tú, sea quien sea: tus padres, hermanos, amigos o profesores. Si no dispones de la información necesaria, debes dedicar todo el tiempo que sea necesario para adquirirla. Es la calidad de tu vida la que está en juego, y el asunto merece que te tomes todo el tiempo que precises para llegar a una decisión con la que tú, internamente, estés satisfecho. Recuerda que al único que debes rendirle cuenta es a tu propio yo interior, dado que nadie más que tú va a vivir tu vida.

Controlar los pensamientos

Existe un aspecto clave cuando se trata de decidir el camino que seguirás en tu vida, algo que separa al que puede tomar el control de su vida de aquel que no está en condiciones de hacerlo. Ese aspecto fundamental es el control que puedas tener sobre tus pensamientos, un tema al cual no se le da habitualmente mucha importancia. Tener el comando de lo que piensas es indispensable por varios motivos, pero dos de ellos son de especial importancia: estar en condiciones de elegir cuáles emociones quieres tener, lo que te da la posibilidad de la estabilidad emocional, y poder llevar adelante tu trabajo de un modo productivo que te permita alcanzar la realización personal.

La estabilidad emocional es la característica que te permite no estar a merced de las emociones, y no, como a veces se suele entender, la ausencia de emociones. Consiste en tener las emociones que tú quieres tener y no tener aquellas que no quieres. Las emociones surgen de los pensamientos, aunque a veces tan rápidamente que no nos damos cuenta. Por ejemplo, el pensamiento de algo querido que has perdido es lo que te causa dolor emocional.

Una demostración bastante absurda te dará la comprobación de esto que digo. Supongamos que has roto relaciones con una persona que querías mucho; ahora, cada vez que piensas en esa persona, el corazón se te estruja de dolor. El problema es que no puedes dejar de pensar en ella. ¿Qué pasaría si, por efectos de un golpe en la cabeza u otra causa parecida, tuvieras una pérdida de la memoria? El resultado es que no sufrirías más, al menos por ese motivo. Esto te demuestra que es el pensamiento de esa persona lo que te da la oportunidad de manifestar tu dolor.

Si crees que no puedes dejar de pensar en alguien, estás equivocado. Puedes hacerlo si quieres; si no quieres, no lo harás aunque digas a todo el mundo que tu mayor anhelo es olvidar. Lo que pasa es que muchas veces no queremos olvidar, por varios motivos que sería largo considerar ahora. Uno de los mayores inconvenientes que afronta la persona que quiere emprender la senda de la superación personal, es el de ser sincera consigo misma. El cerebro humano, esa máquina maravillosa, nos brinda posibilidades asombrosas que no son percibidas por la mayoría de la gente.

Una de esas posibilidades es la de engañarnos a nosotros mismos, lo cual a primera vista parece imposible. Lo que ocurre es que nuestra mente está formada por varias partes: el inconsciente, el subconsciente y el consciente. En la terminología vulgar, la usada por la gente que no es especialista, se toman subconscientes e inconscientes como sinónimo, pero no lo son. Cuando se escucha decir: “Yo, inconscientemente, siempre lo supe”, a lo que se está aludiendo es al subconsciente, o sea lo que está por debajo de la conciencia.

Nuestra conciencia puede engañarse, podemos evitar ver lo que no queremos ver y pensar que todo es color de rosa. Hay, sin embargo, una parte de nosotros mismos que sabe cuál es la verdad, que ve todo lo que no desearíamos ver. La persona que quiere crecer tiene que amar, antes que a nada, a la verdad, aunque ésta sea dolorosa. Nada puede crecer saludablemente si no está basado en la verdad: la mentira tiene patas cortas, nunca llega muy lejos.

Para poder, entonces, manejar tus emociones y no estar manejado por ellas, lo primero que tienes que hacer es aclarar qué es lo que quieres, qué pensamientos quieres tener y cuáles prefieres evitar. Luego, a través del control de tus pensamientos, podrás tener la anhelada tranquilidad espiritual y disfrutar de las emociones placenteras a las que tengas derecho.

Lo mismo se aplica para tener la posibilidad de realizar alguna tarea provechosa en tu vida. Cualquier objetivo de importancia que te fijes necesitará bastante tiempo para ser llevado a cabo y la única manera de llegar a buen fin es mediante la concentración en las metas que te has propuesto alcanzar. La capacidad de concentrarse en lo que se está haciendo, evitando que pensamientos inoportunos distraigan tu atención, es una de las claves para la realización de las grandes obras, como lo puedes apreciar leyendo la biografía de cualquier personalidad excepcional.

Una patología identificada por los psicólogos, que hace imposible la concentración, es el desorden de déficit de atención. La persona que sufre esta enfermedad mental no puede fijar su atención en una tarea el tiempo suficiente como para terminarla. Como persona normal, no afectada por esta dolencia, tu puedes aumentar tu capacidad de concentración mediante el entrenamiento adecuado y así estar en condiciones de llegar a conseguir los objetivos que has elegido para tu vida.

Afrontar la necesidad de cambio

Existen aspectos en la vida de las personas que pueden ser cambiados si existe la voluntad de hacerlo. No todo se puede cambiar, pero algunas cosas sí pueden serlo cuando la persona se decide a poner el empeño necesario. Para ello tiene que haber un motivo, que no siempre es fácil detectar. Las personas que deciden emprender una transformación en sus vidas, generalmente lo hacen por exigencias de su propio crecimiento personal, exigencias que se manifiestan por la aparición de necesidades que antes no existían y que impulsan a la persona a efectuar modificaciones en su manera de vivir.

La motivación para hacer algo es siempre satisfacer alguna necesidad y las necesidades de las personas van cambiando a medida que van recorriendo las etapas del desarrollo personal, que no siempre se corresponden con las transformaciones físicas que experimenta el cuerpo. Si estás experimentando la necesidad de introducir cambios en tu vida, es porque estás entrando en una nueva etapa de desarrollo, con nuevas exigencias, no importa cuál sea la edad que tengas. Hay personas que se desarrollan más pronto, otras más tarde y algunas que no se desarrollan nunca, que quedan estancadas.

El tema de la superación personal no es tan divulgado como el de las enfermedades mentales, por lo que a las personas a veces le sorprende cuando experimentan trastornos que antes no tenían y piensan si no estará fallando su salud mental. Por supuesto que ante una alteración de la psiquis, cuando aparecen, por ejemplo, angustias y preocupaciones que antes no se tenían, nunca está de más hacerse asesorar por un especialista, pero siempre sin dejar de lado la posibilidad de que se trate de un fenómeno propio de la evolución que nos lleva a tratar de satisfacer necesidades que antes no sentíamos.

La realidad del cambio que las personas experimentan por la simple acción del tiempo ha dado lugar al conocido concepto de las “crisis de la vida”. Originariamente se habló de la crisis de la mitad de la vida y luego esta idea se ha ido expandiendo para abarcar varias “crisis” que marcan el paso de una etapa de desarrollo a otra. A la idea de crisis se le asigna siempre un significado negativo con el que se da a entender que es una fase en la que la persona experimenta un nivel de angustia mayor de lo normal. Esto es natural dado que la crisis implica el paso de un estado conocido a otro desconocido y es la incertidumbre que esto genera lo que produce el aumento de la angustia.

Lo que debes saber es que si, por el temor a lo desconocido, te rehúsas a llevar a cabo los cambios que tu desarrollo te está exigiendo, te estás haciendo violencia a ti mismo y, por más que lo intentes, nunca vas a poder volver al estado en que te encontrabas antes. Aunque exteriormente consigas presentar una apariencia de que todo sigue igual, va a haber una parte oculta de ti que va a quedar insatisfecha y que te va a impedir alcanzar la felicidad que podrías tener.

Un factor que contribuye a empeorar las cosas es el de que, debido a factores genéticos y ambientales, no todas las personas maduran o se desarrollan al mismo tiempo. Esto hace que cuando una persona está lista para pasar de una etapa a otra de su vida, las otras personas que la rodean pueden o no acompañarla en este cambio. Puede ocurrirte que cuando estás sintiendo nuevas necesidades, avizorando nuevos horizontes, tus amigos o tu pareja no entiendan qué es lo que está pasando, porque para ellos ese momento todavía no llegó.

Cuando se presenta la situación de que nuevas perspectivas se te abren y los otros todavía no alcanzan a percibirlas, puedes a veces llegar a una solución de compromiso que atienda a tus necesidades personales. No siempre es necesario romper con los que te rodean, ni tampoco enojarte con ellos porque no te comprenden. Puedes tratar de seguir un curso intermedio en el cual emprendas algunas nuevas actividades, sea o no que te acompañen, y al mismo tiempo continuar manteniendo parte de tu antiguo estilo de vida. Un salto al vacío nunca es recomendable.

¿Cuáles son las características del pasaje a una etapa superior de desarrollo? Un aspecto que se va incrementando a medida que la persona evoluciona es el de la comprensión. Tomando un ejemplo sencillo, tú comprendes que dos más dos son cuatro, y que dos más tres son cinco. Si te preguntaran cómo te das cuenta de eso, dirías que es obvio, que no necesita demostración. Sin embargo estás olvidando que hubo una etapa de tu vida, cuando eras muy pequeño, en que esos resultados no te parecían tan obvios y en que ni siquiera entendías lo que era una suma.

De manera similar, la persona que ha evolucionado contempla con comprensión la conducta de las otras personas que se encuentran en una etapa inferior, dándose cuenta de que obran de la manera que lo hacen porque no pueden hacerlo de otra manera. O sea, que su comportamiento es “obvio”, teniendo en cuenta la etapa de desarrollo en que se encuentran. Por esto es que se acostumbra decir que comprender es perdonar, porque si uno comprende que determinada persona se conduce de la única manera que le es posible, uno no puede sentir ira o resentimiento hacia esa persona, aunque su comportamiento no sea el que uno desearía.

Tomar las propias decisiones

Alguna vez te habrás encontrado en la siguiente situación: te invitaron a una reunión en una casa en la cual solamente habías estado antes una vez, y que además estaba ubicada en un barrio que no conocías muy bien. Cuando llegó el momento, partiste muy confiado en que no ibas a tener problemas en hallar la casa porque, después de todo, ¡ya habías estado allí!

Cuando llegaste al barrio, comenzaron las primeras dudas. Las cosas no eran exactamente como las recordabas y, además, algunos recuerdos resultaron estar más borrosos de lo que creías. ¿Era esta calle o aquella? ¿Había que doblar en la plaza o más allá?

Para complicar más la situación, si ibas acompañado, tus acompañantes comenzaron a emitir sus propias opiniones. Uno decía: “Yo creo que era por acá”. El otro: “No, a mí me parece que era por allá”. Como ninguno estaba muy seguro, decidieron preguntar a la primera persona que encontraran. Esto, sin embargo, no solucionó demasiado las cosas porque el consultado no se acordaba bien del nombre de las calles o de si la casa tenía rejas verdes o negras. Al final, felizmente, consiguieron encontrar la casa y llegar, si bien un poco tarde, a la reunión. Entonces fue que te prometiste: “Esto no me vuelve a ocurrir. La próxima vez que me ocurra algo parecido, averiguaré bien cómo llegar antes de salir.”

Si cumpliste o no tu promesa, no nos interesa ahora. Lo que importa es darse cuenta de que la vida nos coloca muchas veces en situaciones similares, donde tenemos que llegar a un lugar que no sabemos exactamente donde queda, por caminos que tampoco conocemos bien. Lo que es más, esto ocurre con tanta frecuencia que se diría que es la característica misma de la vida colocarnos en tales situaciones.

Cuando dejamos atrás la infancia y la adolescencia, ya nuestros pasos dejan de estar bajo la dirección de nuestros padres y nos encontramos con que tenemos que decidir por nuestra cuenta hacia dónde los encaminamos. Es entonces que nos asaltan las primeras dudas, que no nos abandonarán por el resto de nuestra vida.

¿Cómo orientarnos en el camino de la vida? Muchas veces resulta difícil, pero sin embargo debemos hacerlo, debemos tomar una decisión: vamos hacia aquí o hacia allí. La esencia de la vida es el movimiento; si algo se mueve es porque tiene vida. La inmovilidad es sinónimo de muerte, por lo que no podemos quedarnos inmóviles: tenemos que movernos.

El problema es hacia dónde nos movemos. A menudo la información de que disponemos es muy precaria: vagos recuerdos, suposiciones, datos que no son muy confiables. Tenemos que evaluar cada elemento del que disponemos y determinar qué confianza le vamos a otorgar. Buscaremos la información que nos falta, ya sea preguntando a otras personas o investigando en los libros o revistas. Y al final, tendremos que tomar una decisión.

Esa decisión que tomes, marcará, en menor o mayor medida, el rumbo de tu vida. Puede ser una cosa de poca importancia, como el lugar donde pasarás tus vacaciones, o algo realmente significativo, como la elección de una carrera o de la persona con la que te vas casar. Lo que debes darte cuenta es de que, en gran medida, la orientación que tome tu vida dependerá de las decisiones que hagas.

Por supuesto que pueden ocurrir sucesos fuera de tu control que te obliguen a seguir un determinado rumbo, acontecimientos en la sociedad o en tu familia que te coloquen en una situación que tal vez no hubieras elegido. Pero aún en ese caso, siempre habrá algún aspecto en el cual puedas y tengas que ejercer tu decisión personal.

Si bien no puedes hacer de tu vida lo que quieras, porque hay factores condicionantes que están más allá de tu capacidad, lo cierto es que la vida misma te está pidiendo constantemente que tomes decisiones que afectarán tu futuro. Reconocerlo es el primer paso para tomar el control de tu vida, ya que si lo ignoras, lo que en realidad estás haciendo es dejar que los otros decidan por ti.

Debes ser consciente de que gran parte de lo que te ocurre cae dentro de tu capacidad de decisión. Si renuncias a tomar el control en aquellos casos en que sí puedes hacerlo, también estás tomando una decisión: la de dejar que algún otro se ocupe de lo que tú no quieres hacer, es decir, determinar que será de tu vida.

Decidir es una tarea angustiante, ya que pocas veces se tiene la información necesaria o la seguridad de que lo que uno decida podrá llevarse a cabo. Por eso es que muchas personas escapan a esta responsabilidad, dejando que el azar u otras personas decidan por ellas. Están en su derecho al hacerlo, pero después no deben quejarse si las cosas no salieron como querían.

Por más doloroso que sea el tener que tomar una decisión, es conveniente que seas tú el que lo hagas si la misma afecta tu futuro. Existen técnicas que te pueden ayudar a que tu decisión sea mejor y que pueden reducir la incertidumbre y, por consiguiente, la angustia. Aprender esas técnicas es, en cierta manera, aprender a vivir, ya que la vida consiste en eso: en tomar decisiones.

Recuerda siempre que si tú no tomas el control de tu vida, alguien lo hará por ti. Piensa cuántas calamidades que la humanidad ha sufrido se habrían evitado si las personas no hubieran renunciado a su calidad de seres humanos capaces de decidir el destino de sus vidas.

Persistir en la decisión de cambiar

Cuando una persona se somete a una terapia de cualquier tipo, a veces lo hace con la esperanza de que el terapeuta le ayude a resolver problemas de relaciones personales, tales como que el marido no le presta suficiente atención o que los hijos se comportan de manera inadecuada. No suelen pensar estas personas que lo único que puede hacer una terapia es ayudarles a modificar su propia conducta, ya que ése es el único ámbito en que podemos influir: la manera en que nosotros mismos nos comportamos.

Todo cambio que desees introducir en la manera en que los demás se comportan, debe ser realizado de forma indirecta a través del cambio de tu propia conducta. Mientras no cambies la forma en que te conduces, te seguirán ocurriendo las mismas cosas que ahora. A veces cuesta entender esto, porque a nadie le gusta cambiar. Cada uno de nosotros tiene un patrón de conducta que ha adquirido a lo largo de la vida por una u otra razón, y esas razones son las que hay que analizar para ver si siguen siendo válidas o no.

No puedes pedir al psicoterapeuta que mágicamente cambie la forma de actuar de los demás, ni que te dé la receta secreta para que tú lo consigas. Lo que el profesional puede hacer es ayudarte a identificar qué es lo que tú haces que provoca determinada respuesta de los demás. Una vez determinado esto, el paso siguiente es determinar si quieres cambiar o no. Puede ser que decidas aprender a conseguir que las cosas no te preocupen de la manera que antes lo hacían, lo cual ya es, en sí, una solución a tus problemas.

Si se presenta la necesidad de cambiar ciertos comportamientos, ya sea por indicación profesional o por decisión propia, la tarea implica el estudio de las razones que llevaron en primer término a adoptar esos comportamientos. Cada conducta tiene un motivo que la provoca, y que en su momento fue válido. Si ese motivo continúa siendo válido, es porque a través de la conducta estás satisfaciendo una necesidad que sigue estando vigente, y no va a ser fácil cambiar en tanto no encuentres una manera alternativa de satisfacerla, o consigas eliminar dicha necesidad.

Para entender mejor esto, veamos el caso de una persona que se quejaba de que no podía hacer amistades porque las otras personas la rehuían. Haciendo un análisis de su comportamiento, se halló que era su trato altanero lo que provocaba el rechazo de los demás. Esta persona había desarrollado en su infancia, que es cuando habitualmente ocurre, un sentimiento de inseguridad que le hacía temer el desprecio de los demás. Su talante altanero tenía como objeto evitar la intimidad que podría dar la oportunidad para sentirse lastimada por ese desprecio que suponía inevitable. Para conseguir tratar a las otras personas de un modo que le permitiera hacer amistad, esta persona tenía que eliminar ese sentimiento de inseguridad que la llevaba a comportarse de forma altanera.

El cambio de conducta no es fácil porque, aunque errada, una conducta que se ha ejercitado durante mucho tiempo da una sensación de seguridad. Aquí interviene el miedo que todos tenemos a lo desconocido, a lo que no hemos probado antes, a lo que se sale de lo rutinario. Solamente una pequeña fracción de personas gusta de situaciones nuevas y de comportamientos innovadores; la mayoría preferimos lo viejo y conocido. El problema es que, a veces, eso viejo y conocido es justamente lo que está jugando en tu contra.

Para poder cambiar nuestra situación tenemos que cambiar nuestra conducta, dejar esas viejas formas de comportarnos que durante tanto tiempo nos han servido torcidamente y seguir el camino recto de la verdad y la sinceridad. Tienes que ser sincero contigo mismo para poder cambiar tu rumbo, y esta es una de las cosas que cuestan porque al ser sincero tienes que empezar por reconocer esos miedos que tanto tiempo has estado ocultando. El miedo es una de las grandes fuerzas motoras de la conducta, ya que a nadie le gusta tener miedo y hacemos todo lo posible por evitarlo, hasta llegar a engañarnos a nosotros mismos.

Si cuando eras niño tus padres no pudieron o no quisieron eliminar tus miedos infantiles, de grande los seguirás manteniendo en alguna parte de tu personalidad y te corresponde a ti, como adulto, ser tu propio padre y tu propia madre, tranquilizar y dar seguridad a ese niño atemorizado que tienes dentro de ti. En la enorme mayoría de los casos, si no cuentas con la ayuda de un buen terapeuta o de una persona que realmente te ame, te verás solo en esta tarea de hacer frente a tus miedos y de decidir cuál es la conducta que debes adoptar.

Tomar y mantener la decisión de adoptar una nueva conducta es una de las tareas más difíciles para el individuo, porque a ello se oponen todos los miedos que han estado durante toda su vida tratando de mantener bajo control mediante la conducta que ha llevado hasta el momento. Será un proceso difícil que, sin embargo, debes llevar a cabo con coraje, con el convencimiento de que puedes caer pero también levantarte y seguir intentando para así conseguir avanzar en el camino de la superación personal.

Respetar las propias necesidades

¿Cuántas veces has escuchado decir: “Sigamos las reglas. Es mejor no arriesgarse.”? ¿Cuántos padres han predicado a sus hijos la importancia de no hacerse notar, de no sobresalir, de no diferenciarse del montón? ¿Qué habrán opinado esos hijos cuando, luego de aplicar esos sabios consejos, los resultados han sido lo contrario de lo esperado? Seguramente que, en ese momento, no habrán estado de acuerdo con la idea de que si uno hace siempre lo correcto, lo que se espera de uno, nunca tendrá nada de que arrepentirse.

Lamentablemente, la vida no es tan fácil como para que una regla o un conjunto de reglas te pueda asegurar que todo irá bien en tu vida y que nunca tendrás que lamentarte de algo que hiciste. Puedes equivocarte tanto siguiendo las reglas como dejando de hacerlo. ¿Qué quiere decir seguir las reglas? Significa hacer lo que los demás esperan que hagas. Los demás pueden ser tus padres, tus amigos, tus maestros, cualquier persona que tenga algo que opinar sobre lo que haces o dejas de hacer. La sociedad, en general, espera de ti un determinado comportamiento, ya que eso precisamente significa vivir en sociedad: atenerse a un conjunto de reglas, las de la sociedad en que vivimos.

Existen personas que se limitan a vivir según lo que la sociedad espera de ellas; existen otras que solamente obedecen a su voluntad y no les interesa lo que puedan pensar los otros. Entre ambos extremos se encuentra la posición más adecuada para la mayoría de nosotros. Si queremos extraer más felicidad de la vida, tenemos que tener en cuenta nuestros propios deseos y necesidades, no solamente los de los demás. Por otro lado, solamente contadas personas pueden soportar enfrentarse a la sociedad y sacar algún beneficio de ello.

El hombre es un animal gregario, no está destinado a vivir en soledad. Cuando eras aún un bebé, no tenías conciencia de la separación entre tú y el resto del mundo. Luego, poco a poco, comenzaste a darte cuenta de que tu madre no formaba parte de ti y que no podías lograr siempre que hiciera lo que tú querías. En ese momento fue cuando comenzó la oposición entre tu individualidad y la sociedad, representada por tu madre o quien sea que se ocupara de ti. Durante todo tu crecimiento biológico se fue llevando a cabo un proceso de socialización, en el cual tu individualidad libró una batalla contra las expectativas de aquellos que te rodeaban.

Del resultado de esa batalla solamente tú puedes opinar, decir si fue bueno o malo. Existen personas que son felices sin necesidad de decidir por su cuenta, haciendo en todo momento lo que los otros les dicen que hagan. Comentarios como “Los chicos buenos hacen esto” o “Las chicas decentes no hacen tal otro”, van guiando los pasos del joven en desarrollo y lo van llevando por el camino que sus padres y educadores han trazado para él.

Llegado el momento de elegir una carrera o un oficio, muchos son los que, por falta de una vocación definida, terminan eligiendo lo que los otros les dicen que es lo más conveniente. Lo mismo ocurre a la hora de elegir pareja y en otros momentos menos trascendentes de la vida. Si esto para ti ha funcionado bien, es decir, te ha conducido a una vida todo lo feliz que es razonable esperar, no hay razón para que cambies la manera en que te has venido manejando.

Si, en cambio, opinas que la vida no te ha dado toda la felicidad de la que serías merecedor, sería conveniente que revises las decisiones que has tomado y en qué medida lo que los otros esperaban de ti ha influido en el rumbo que has tomado. Muchas veces la buena voluntad de los que nos aconsejan no es suficiente para lograr nuestra felicidad. Una exploración profunda de tus verdaderas necesidades puede ser indispensable para saber cuál es el camino que te conviene seguir.

El conocimiento de qué es lo que realmente deseas puede ser necesario para que tu vida sea más feliz de lo que es ahora, pero no es lo único que te hará falta. Además debes tener el valor para enfrentarte con lo que lo que los otros puedan pensar que es más conveniente para ti. Cuando de niño no se ha tenido el apoyo de unos padres que le hayan alentado a uno a tomar sus propias decisiones, el proceso puede ser bastante doloroso.

Cada vez que se tiene que tomar una decisión, y sobre todo cuando es una importante, el miedo a equivocarse hace presa de la persona. ¿Y qué pasa si elegimos la opción incorrecta? Esto es lo que todos nos preguntamos en el momento de tener que elegir. La verdad es que, en la mayoría de las decisiones que hacen a nuestra vida, nadie nos puede asegurar que nunca nos hemos de equivocar. Ello es así sencillamente porque son muchos los factores que entran en juego y nunca se puede tener seguridad sobre todos ellos.

La libertad de poder elegir tiene el precio de que podemos equivocarnos, pero esto no debe impedirnos decidir por nuestra cuenta habiendo hecho primero un cuidadoso estudio de todos los factores involucrados. No debes temer a equivocarte y no debes sentirte culpable si luego resulta que no elegiste la mejor opción, suponiendo siempre que lo hayas hecho a conciencia y después de haber pensado suficientemente lo que ibas a hacer.

Evitar las postergaciones

Cuando te encuentres en la situación de tener que afrontar un cambio en tu vida, surgirá inevitablemente el temor a dejar atrás lo conocido y tener que internarte en un terreno nuevo, donde las experiencias anteriores ya no tienen validez y tendrás que encontrar nuevas formas de respuesta para reemplazar a las viejas a las que estabas acostumbrado. En esos momentos, todos experimentamos la tentación de dejar las cosas como están y así evitar por completo los peligros y las complicaciones de lo desconocido.

Los pretextos que elegimos para no tener que enfrentarnos a nuevas situaciones, pueden variar mucho según nuestras circunstancias personales, pero lo que tienen de común es la función de convencernos de que es mejor dejar que todo siga como está y abandonar nuestras ideas extravagantes de cambiar las cosas. Según cuál sea la situación en que ahora te encuentras: si eres joven o viejo, soltero o casado, con hijos o sin ellos, estudiante o no, puedes fácilmente encontrar razones por las cuales no deberías apartarte del camino que llevaste hasta este momento.

El tema de la edad se presta fácilmente para dilatar la acción. Puedes argüir que eres demasiado joven o, por el contrario, que ya eres muy viejo para hacer tal o cual cosa. También hay cosas que los casados no deberían hacer o que no son convenientes para los solteros, para la gente que tiene hijos o la que no los tiene, y así siguiendo. Con un poco de ingenio siempre puedes encontrar un motivo para dejar de hacer algo que te llevaría fuera del terreno seguro de lo ya conocido y experimentado. En asuntos tales como los referentes a la vida humana, donde nada es del todo blanco o negro, siempre hay puntos a favor y en contra de algo, y ellos son los que te pueden servir para justificar tu decisión ante tu propio tribunal interior.

Una manera hábil de no hacer algo y al mismo tiempo quedar bien con uno mismo, es simplemente posponerlo, dejarlo para más adelante. Ese tribunal interior del que he hablado es una parte de ti mismo que te conoce mejor que nadie puede hacerlo y es el que juzga todos tus actos. El que seas tú mismo el que te está juzgando no impide que trates de engañarlo como podrías hacerlo con otra persona y de convencerlo de que, en realidad, no es que tengas miedo de hacer algo, sino de que lo estás postergando en espera de una mejor ocasión.

Cuando eres un estudiante, puedes decir que para hacer ciertas cosas es mejor esperar a que termines tus estudios. Si ya estás trabajando, puedes esperar a que llegue el momento de la jubilación. Si estás soltero, tal vez sea mejor hacerlo cuando te cases, y si ya estás casado, cuando lleguen los hijos. Tener hijos pequeños es un buen motivo para esperar a que crezcan; siempre es posible encontrar algo que nos indique que sería más conveniente dejar para más adelante aquel cambio que habíamos pensado.

De una manera u otra, ya sea que descartes totalmente cualquier cambio o que dejes de hacerlo hasta que aparezca una mejor oportunidad, deberías evaluar detalladamente si lo que estás eligiendo hacer es realmente dictado por la voz de la razón o lo es, en cambio, por la voz del miedo. Si has pensado profundamente en lo que vas a hacer y todos tus razonamientos te encaminan a pensar que no es el momento adecuado para hacer algo, no tiene nada de malo que lo dejes hasta que cambien las circunstancias.

Si lo que te está frenando es el temor a lo que no conoces, tienes que pensar que esta es una reacción natural y que le ocurre a todo el mundo. El miedo no es un motivo válido para dejar de actuar cuando se han analizado cuidadosamente todas las posibles consecuencias de lo que piensas hacer. Puedes, en cambio, dejar de hacer algo porque has concluido que son pocas las posibilidades de llevarlo a cabo o porque son elevados los riesgos a los que te expondrás tú o tus personas allegadas

Cuando de lo que se trata es de algo que puede afectar la felicidad de tu vida, el miedo no es un buen consejero. No puedes posponer la felicidad porque tienes miedo de hacer algo que no hiciste antes. Se vive una sola vez y no tendrás oportunidad de repetir tu vida. Si vas a ser feliz, tienes que serlo ahora y aquí, y no puedes esperar a que las cosas cambien para entonces recién tratar de hacer algo.

Si has pensado suficientemente sobre algún cambio en tu vida que haga que esta sea un poco más feliz, y has llegado a la conclusión de que, en caso de hacerlo, no perjudicas indebidamente a ninguna otra persona, no debes dejar que el miedo te detenga. Ninguno de nosotros tiene la vida asegurada y puede saber con certeza que tiene tanto tiempo por delante para hacer lo que quiere. En cualquier momento podemos tener que devolver la vida que nos fue prestada y en ese momento no nos vamos a lamentar por las cosas que hicimos sino por todas aquellas que dejamos de hacer.

Eliminar los hábitos nocivos

Todo cambio de vida significa cambiar unos hábitos por otros. Se ha dicho y repetido que el hombre es un animal de costumbres, por lo que no está de más estudiar un poco en qué consiste esto del hábito. Cuando recién llegamos a la vida y tenemos todavía todo por delante, no tenemos hábitos con los que contar o que nos estorben para algo. Los hábitos se van desarrollando a medida que vivimos, ya que un hábito es simplemente una forma predeterminada de actuar en una cierta situación.

Cuando vas recorriendo el camino de la vida, vas experimentando situaciones viejas y nuevas. Una situación vieja es una en la ya que has estado antes; una nueva, aquella en la que nunca te has encontrado. Ante cada situación es lógico que te preguntes cómo vas a reaccionar, dado que el hombre no tiene, como los animales, el instinto que le indica qué hacer en cada momento. Resulta cansador, ante cada situación, tener que estar pensando qué se va a hacer. Entonces tendemos a repetir aquellas conductas que, en ocasiones anteriores, nos han dado buenos resultados o, por lo menos, nos han permitido salir no tan mal del paso. De esta manera se va constituyendo un hábito.

Una de las decisiones que tiene que tomar el hombre más a menudo es con respecto al uso de su tiempo, en lo que puede disponer de él. Tomemos el caso del tiempo libre, aquel en que no tienes obligatoriamente que dedicarte a ganarte la vida o cumplir otras tareas que te imponga tu etapa de vida como puede ser el estudio. Llega un fin de semana y tienes que decidir qué hacer en él. Cuando no estás en un momento en que el desarrollo te brinde nuevas posibilidades, las que tienes son bastantes conocidas. Al cabo de varias pruebas, te decides por una de ellas y ésa es la eliges de ahí en más como tu actividad de fin de semana.

Los hábitos son generalmente influidos por las tendencias, es decir, por las características de nuestra personalidad que ya traemos al nacer. Mientras que una persona puede tener el hábito de sentarse a leer, otra puede tenerlo de salir a bailar. Cuando de cambiar hábitos se trata, hay que distinguir bien qué es lo que puedes cambiar y qué es lo que representa una tendencia profunda de tu personalidad. No debes ir en contra de tu personalidad por que el fracaso es casi seguro. Debes, en cambio, intentar conocer lo más que puedas de tu personalidad y sacar el mejor partido posible de ella.

Los hábitos de los que hay que tratar de librarse son aquellos que podemos llamar malos hábitos porque nos perjudican en nuestra posibilidad de ser más felices. Por ejemplo, ante una situación que te afecta negativamente, por ejemplo salir mal en un examen o una prueba para un trabajo, tu reacción puede ser lamentarte y quejarte de que el que te tomó la prueba no fue justo en su evaluación. Si miras hacia atrás, puedes comprobar que siempre que te ocurrió algo parecido, reaccionaste de la misma manera, con lamentaciones y quejas.

Se pone así en evidencia la existencia de un hábito o, en términos más técnicos, un patrón de conducta, que quiere decir lo mismo; cada vez que ocurre la situación A, reaccionas de la forma B, que puede ser buena o mala dependiendo de adónde quieras llegar. Si lo que quieres es seguir como estás, las lamentaciones y las quejas son una buena respuesta. Si lo que quieres es mejorar, no lo son.

Si tu intención es cambiar para mejor, ante una situación como la que he descrito, una buena respuesta es tratar de ver qué es lo que hiciste que pudo haber influido en el resultado adverso de la prueba o examen. Entonces puedes plantearte la conveniencia de cambiar el hábito de quejarte por el hábito de analizar las razones de tu fracaso, lo que seguramente aumentará tu posibilidad de ser feliz dado que en el próximo examen tendrás mas posibilidades de salir bien.

No siempre resulta fácil cambiar de hábitos, pero a veces no queda más remedio. Los hábitos son conductas arraigadas profundamente a fuerza de años de estar practicándolas, pero en el caso de los malos hábitos existe un límite en el perjuicio que te puedes hacer a ti mismo. Llega un momento en que la realidad se impone y hasta tu mismo cuerpo, a través de las enfermedades psicosomáticas, te indica que no puedes seguir comportándote de la misma manera.

Si repetidamente experimentas dolores de cabeza, dolores de espalda, úlceras, hipertensión, urticaria, erupciones o calambres, y los médicos no encuentran una causa para tus padecimientos, debes preguntarte qué es lo que estás haciendo para que tu cuerpo te reclame a través de esos medios. En ocasiones estas dolencias se curan simplemente a través de un cambio de hábitos de la persona que las sufre.

Actitudes tales como vivir recordando un pasado que no puede volver o esperando un acontecimiento que nunca llegará, lamentarse por cosas que hemos hecho y que no tienen ya remedio, desear cosas sin hacer nada por conseguirlas, son malos hábitos que pueden ser reemplazados por conductas más positivas. El trabajo de hacerlo nunca será fácil dado que hay que luchar contra muchos años de acostumbramiento, pero ciertamente los resultados harán que valga la pena intentarlo.

Vivir en el presente

Es común encontrar personas que viven angustiadas por lo que les puede deparar el futuro. Otras personas parece que vivieran en el pasado: solamente se dedican a rememorar acontecimientos que ya ocurrieron. Ambos tipos de personas tienen en común que evitan o no se dan la posibilidad de vivir en el presente.

Vivir en el presente significa que debo prestar atención a lo que está ocurriendo aquí y ahora (en latín: hic et nunc). Prestar atención se suele abreviar a veces con la palabra “percatarse”, dado que esto último implica lo primero. Percatarse de algo significa darse cuenta de que alguna cosa existe o de que alguna acción está ocurriendo. Para percatarme primero tengo que prestar atención.

A su vez, percatarse es la condición para la acción, para obrar. Difícilmente puedas emprender una acción con respecto a algo si primero no te das cuenta de que ese algo existe. Por ejemplo, si está lloviendo y tú no te das cuenta, no se te va a ocurrir llevar un paraguas cuando salgas.

Poder obrar conforme a las circunstancias es la clave para tener una oportunidad de que las cosas te vayan bien, porque de lo contrario estás a disposición de lo que la suerte depare para ti. Si vives en el presente, puedes actuar sobre el mismo y así tener la oportunidad de que te vaya mejor.

La persona que vive angustiada por lo que le pueda deparar el futuro disminuye su capacidad para ocuparse del presente y, a cambio de eso, no consigue mejorar su situación. Ello es así porque el futuro es en gran medida imprevisible. Puedes prever el futuro pero solamente hasta un cierto punto. Tus mejores previsiones pueden quedar inutilizadas por acontecimientos que están fuera de tu control.

Una vez que has previsto lo que puedes prever y has tomado las medidas que puedes tomar, ya no tiene sentido seguir preocupándote por lo que pueda pasar. Si ya has hecho todo lo posible, dedica tu atención a otras cosas. Cuando la ocasión así lo indique, ya sea porque ha pasado un determinado período o porque cambios en las circunstancias lo hagan conveniente, puedes volver a considerar el asunto y ver si debes cambiar alguna de tus previsiones.

Otras personas se rehúsan a vivir en el presente porque consideran que fue mejor el pasado. Mientras que la consideración de lo que es mejor o peor es algo mayormente subjetivo, lo cierto es que el pasado ya pasó y no hay manera de hacer que vuelva a ocurrir. En una novela uno de los personajes, persona de gran fortuna, hacía reconstruir un pueblo del Oeste norteamericano como era un siglo antes, con estación de ferrocarril y todo. Desgraciadamente, esto no está al alcance de todo el mundo.

Si te obstinas en rechazar el presente con todos los inconvenientes que pueda tener, te privas de aprovechar las cosas buenas que contenga. Nada es completamente bueno o malo del todo, y siempre se puede encontrar algo bueno de que disfrutar. La energía empleada en defender el pasado y aborrecer el presente, la podrías emplear en buscar lo positivo que puedas encontrar en tu circunstancia actual y te evitarías una situación conflictiva que solamente puede contribuir a provocar tu infelicidad.

Aún otro grupo de personas parece que constantemente está esperando que ocurra algo para entonces tener la oportunidad de ser feliz. Estas personas tampoco viven en el presente porque siempre están esperando que algo ocurra. Exagerando, podríamos compararlas con aquel que juega a la lotería y siempre está haciendo planes para cuando gane el gran premio. Cuando esa circunstancia se dé, entonces podrá llevar a cabo las grandes cosas que tiene planeadas. Mientras tanto, la vida va pasando y se pierde la oportunidad de hacer las pequeñas cosas que están a su alcance ahora.

En conclusión, el presente es lo único de que disponemos. El pasado ya pasó y el futuro está por venir. Hay que prestar atención al presente para ver qué es lo que tenemos que hacer ahora y para aprovechar lo que podamos disfrutar ahora.

Establecer las propias reglas

El ser humano actúa, en general, en base a ciertas reglas; no lo hace normalmente en forma al azar. Esto es lo que determina la existencia de una conducta esperada. Cuando decimos que alguien se comportó en forma inesperada, es porque esperábamos una determinada conducta y esa conducta no se produjo. El hecho de que podamos esperar una conducta indica que existen reglas que rigen la conducta de la persona.

En los animales no humanos, las reglas de conducta son dictadas totalmente por los instintos. En los hombres, las reglas de conducta son originadas parcialmente en los instintos, pero principalmente en la sociedad. Cuando un animal tiene que cortejar a otro, lleva a cabo lo que se conoce como el ritual del apareo. La palabra “ritual” está indicando un conjunto de acciones rigurosamente prescrito que, si no se lleva a cabo como debe ser, no producirá el resultado esperado que es la unión sexual.

En la especie humana los prolegómenos del acto sexual están regulados por la sociedad en que viven los individuos y pueden diferir mucho de una sociedad a otra. Por ejemplo, en la gran mayoría de las culturas actuales son los hombres los que cortejan a las mujeres. Sin embargo, hay algunas pocas en que ocurre lo inverso. Desde aquellos tiempos del cavernícola que solemos ver en las caricaturas, que empuña una maza mientras arrastra a su mujer por los pelos, ha pasado mucha agua bajo los puentes y muy diversas son las maneras en que un hombre encara la tarea de conseguir los favores de una mujer.

Las disposiciones de una sociedad con respecto a cómo deben comportarse sus individuos son la resultante obligada de la vida en común. Para que un gran número de personas pueda vivir juntas de una forma armónica y productiva, se hace necesario establecer un conjunto de reglas que rijan esa convivencia. Esto es natural y necesario, y así tenemos desde reglas no escritas sobre cómo vestirse y como saludar, hasta grandes compendios legales que estipulan los derechos y obligaciones de cada uno.

La pena máxima que la sociedad establece para aquel que no cumple con sus reglas consiste en expulsarlo de la misma, ya sea a través del destierro, la prisión o incluso la muerte. De ahí para abajo, hay gran variación en las sanciones que pueden ser impuestas por la violación de una regla. Cada sociedad permite mayor o menor libertad a sus individuos, y determina hasta qué punto puede un individuo apartarse de la conducta prescrita.

Hablando en forma simple y rápida, podemos decir que mientras puedas ganarte honradamente tu subsistencia y puedas mantenerte fuera de la prisión, lo que hagas debería estar exclusivamente bajo tu elección, sin que tengas que rendirle cuenta a nadie de lo que haces. En realidad, como persona sensata, seguramente elegirás adoptar un gran número de conductas que te asegurarán llevar a cabo una vida social con la menor cantidad posible de fricciones.

Lo importante es darse cuenta que siempre eres tú el que tiene el poder de elegir. Tú eliges la manera de comportarte teniendo en cuenta el medio en que vives y los beneficios que esperas obtener de la conducta adoptada. Supongamos que vives en una sociedad en la que “todo el mundo” usa sombrero y el que no lo hace es mirado con desprecio. Eres tú el que decide usar sombrero para no sentirte despreciado.

Ocurre, empero, que hay oportunidades en que el juicio de la persona no coincide con el de la sociedad en que le ha tocado vivir. En una sociedad puede ser práctica aceptada la esclavitud y los esclavos pueden recibir un trato muy distinto al que recibe la gente libre. Una persona puede estar en contra del trato cruel con los esclavos y puede tratar con consideración a sus propios esclavos. Otra persona puede estar completamente en contra de la esclavitud y puede buscarse problemas con la justicia alojando a esclavos fugitivos.

Solamente tú puedes decidir hasta qué punto estás dispuesto a aceptar las reglas que la sociedad impone y según cuáles sean las reglas con las que no concuerdes, aceptar la consecuencia de infringirlas o buscar otra sociedad más de acuerdo con tus opiniones.

Controlar los sentimientos

Crecemos en un ambiente social que nos estimula a pensar que no somos dueños de lo que sentimos, pero en realidad no es así. Tus sentimientos son una reacción física que experimentas como una consecuencia de tener un pensamiento. Tus pensamientos, ya sean sobre tú mismo, sobre otras personas o sobre el mundo inanimado, son siempre de tu exclusiva competencia.

Nadie puede obligarte a pensar sobre un determinado asunto o de determinada manera. Dentro de tu cabeza, tú eres el único que manda; nadie puede entrometerse con tus pensamientos. Salvo los casos especiales de técnicas psicológicas como el lavado de cerebro o el hipnotismo, tú decides sobre qué y cómo prefieres pensar.

Los sentimientos no aparecen por sí solos; son provocados por objetos o hechos que te llegan a través de percepciones, ya sea desde el exterior o desde tu interior. Tú percibes algo que ocurre dentro o fuera de ti, o algún objeto del mundo que te rodea. Esa percepción provoca un pensamiento que a su vez provoca un sentimiento. Esta es la cadena que debes tener presente si quieres controlar tus sentimientos.

Si no tuvieras la percepción de un hecho no podrías sentir nada al respecto. Supongamos que la noticia de la muerte de una persona amiga te entristece; si no te hubiera llegado esa noticia, la tristeza no hubiera tenido lugar. Pero además hay que tener en cuenta que, por lo general, a la percepción en sí le añadimos nuestra propia opinión o conclusión (el pensamiento). Esa conclusión es la que provoca el sentimiento.

Algunas personas creen que los sentimientos pueden aparecer espontáneamente sin necesidad de que ocurran las tres etapas que he explicado. Esas personas dicen, por ejemplo, “Hoy me levanté enfadado”, o triste, o alegre o lo que sea. El motivo de que opinen de este modo es que nunca se han preocupado de controlar sus pensamientos y por lo tanto no saben que era lo que pensaban en un momento determinado. Si se preocuparan de indagar en su mente, encontrarían la causa de su enfado, tristeza, etc.

Debemos admitir que nadie está permanentemente alegre o triste o enojado; los sentimientos van y vienen aunque en ciertas personas algunos ocurran con más frecuencia que otros. Hay personas que están tristes la mayor parte del tiempo y otras en cambio están contentas. Pero no hay nadie, por más alegre que sea, que esté todo el tiempo alegre, ni ningún triste que no abandone en algún momento su tristeza.

Quiere decir que todo sentimiento en algún instante comenzó, tuvo su momento de inicio. Si estás alerta para detectar ese momento de inicio, lo cual implica que tienes que prestar atención a tus sentimientos, podrás tratar de recordar qué estabas pensando en el momento en que se inició el sentimiento. Si consigues recordarlo, verás que siempre hay una relación entre lo que pensaste y lo que sentiste.

Otras personas admiten que los sentimientos tienen una causa, pero creen que esa causa es siempre externa. Los escucharás decir: “Este mal tiempo me pone triste”, “Esa persona me hace sentir mal” o “Siempre me haces enojar”. La realidad es que el tiempo o las personas no son los que provocan nuestros sentimientos, sino lo que pensamos acerca de ellos, por ejemplo los recuerdos que nos traen.

El ser humano se siente mal o bien por un número asombrosamente limitado de razones, que tienen su origen en las necesidades básicas de la persona. Estas necesidades no son muchas y se encuentran catalogadas por los psicólogos. Pero en cambio son múltiples y diversas las maneras en las cuales esas necesidades pueden verse satisfechas o amenazadas. Cuando pensamos que algo puede influir positivamente o negativamente en una necesidad, sentimos algo. Sino, el hecho nos deja indiferentes.

En el caso de la última frase que he citado, “Siempre me haces enojar”, dejemos de lado la palabra “siempre” que–de por sí–es generalmente discutible, y analiza si es realmente la persona la que te hace enojar, o si, por el contrario, es algo que esa persona hace lo que provoca tu enojo. El enojo es un sentimiento que aparece cuando una necesidad básica se ve amenazada. Examina cuidadosamente que estaba haciendo esa persona cuando te enojaste y verás que de alguna manera estaba relacionado con la satisfacción de alguna de tus necesidades.

Si no quieres estar sujeto a ser como un títere emocional al cual los demás hacen sentir alegre o triste tirando de la cuerda adecuada, lo que tienes que hacer es negar a las demás personas el poder de influir en la satisfacción de tus necesidades.

Aceptarse a uno mismo

La aceptación de uno mismo tal cual es constituye uno de los pasos más importantes para alcanzar la paz interior. No se puede estar en paz si uno está disgustado con uno o más aspectos de su cuerpo o de su personalidad. Empero, este es el caso de la mayoría de las personas.

Son muy pocas las personas satisfechas con la manera en que vinieron al mundo. Generalmente el problema se centra en las características corporales y ello es así porque el tipo de sociedad en que vivimos ha otorgado una importancia excesiva a la apariencia del cuerpo como factor clave de exitosas relaciones inter-personales.

En otras palabras, cuánto más “lindo” o “linda” uno es, más probabilidad tiene de ser popular entre sus conocidos y de conseguir amor y felicidad. Por lo menos esto es lo que quieren hacernos creer los avisos publicitarios de las empresas que lucran con la venta de productos para que la gente deje de ser “fea”.

La publicidad de estas empresas se ha centrado tradicionalmente en el sexo femenino, dado que el rol que estaba asignado por la sociedad a las mujeres era el de ser lo más atractivas posible a los fines de conseguir un esposo que les permitiera engendrar hijos que aseguren la continuidad de la especie.

Desde que tenemos noticia las mujeres se han preocupado por corregir los “errores” con que la Naturaleza las ha fabricado, a efectos de adaptarse al ideal vigente en el momento de su existencia. Ese ideal, como es sabido, ha ido cambiando con el tiempo y así ha habido épocas en que la mujer ideal tendía a la obesidad, mientras que en otras no se admitía más que el estilo ultra-delgado.

Esta presión para que la mujer se adapte al ideal de moda en el momento se ha visto incrementada a partir de que no es solamente un recurso para la supervivencia de la especie, sino también para la supervivencia de las compañías que obtienen grandes ganancias de la venta de productos para adelgazar, tinturas para el cabello, distintos cosméticos para realzar la apariencia, etc.

Últimamente, como el afán de ganar más no admite límites, también el varón ha sido puesto en la mira de las compañías y ahora existe un estilo de moda que los hombres deben tratar de imitar e infinidad de productos que los pueden ayudar a conseguirlo. Para comprobar esto solamente basta con hojear las páginas de una revista y observar como todos los modelos masculinos tienen un aire común, el mismo que tienen los personajes de los programas televisivos.

Teniendo todo esto en cuenta, no es raro que la persona común que no tiene una fortuna para comprar productos que la mejoren o para hacerse las cirugías necesarias, o que tiene características que ni aún de esa manera se pueden modificar, se encuentre enojada contra esas características que, supuestamente, le restan posibilidades de ser feliz.

Si esa es tu situación, debes aprender a desembarazarte de ese sentimiento de frustración atribuyéndolo a su verdadera causa, la cual no es que seas defectuoso de nacimiento, sino que te comparas con un ideal que no tiene nada de sagrado ni de eterno, y que en cambio es una cosa comercial y del momento. Además, si miras a tu alrededor, verás que la mayoría de las personas no cumplen ese ideal que se promociona desde las revistas y la televisión, sin que ello le impida llevar una vida normal y feliz dentro de sus posibilidades.

Otro factor que contribuye a la infelicidad de la persona, pero en menor medida, es la insatisfacción con algún aspecto de su personalidad o de su mente. Cada uno de nosotros viene al mundo con una cierta personalidad y con una cierta capacidad mental. La mayoría está contenta con lo que ha recibido porque la sociedad no pone mayor énfasis en estos aspectos, aunque esto difiere de una sociedad a otra.

Existen personas, sin embargo, a las que les gustaría ser de otra manera o ser más inteligentes. Mientras que la inteligencia de la persona no se puede modificar (cada uno tiene que arreglarse con lo que tiene), hay aspectos de la personalidad que se pueden cambiar y otros que no. En eso consiste justamente la superación personal: en tratar de cambiar aquello que puede ser cambiado y aprender a vivir con lo que no puede serlo.

Evitar la culpa

El sentimiento de culpa es algo que te puede estropear los mejores momentos y su erradicación demandará un gran esfuerzo de tu parte. Lo principal en este tema es aprender a distinguir cuándo y de qué debes sentirte legítimamente culpable, y qué debes hacer en ese caso.

Una cosa que debe quedar en claro es que el sentimiento de culpa, sea procedente o no, no soluciona nada por sí mismo. Si yo hice algo de lo que debo arrepentirme, por más culpable que me sienta y por más tiempo que arrastre ese sentimiento, el acto indebido va a seguir siéndolo y nada se va a adelantar en cuando a subsanarlo. De aquí se deduce que el sentimiento de culpa, sea correcto o no, es siempre inútil. Su única función es inducirme a hacer algo para corregir lo mal hecho. Si no tengo intenciones de corregirme o esta corrección es imposible, es inútil sentirme culpable.

En los casos en que realmente tenga razones para sentirme culpable, por ejemplo si he perjudicado indebidamente a otra persona, y lo que he hecho puede ser rectificado, lo que debo hacer es llevar a cabo esa rectificación. Una vez que haya hecho lo posible para solucionar el tema, el sentimiento de culpa desaparecerá por sí solo. Si me siento culpable por haber tratado mal a alguien y esa persona no está disponible para pedirle disculpa, sea porque haya muerto o por otra causa, lo que debo hacer es olvidarme del asunto porque no tiene solución.

La facilidad que tenemos los humanos para sentirnos culpables es utilizada por algunas personas para obtener control sobre otras. Este procedimiento es nocivo, pero por desgracia muy común. Funciona de la siguiente manera: la persona A quiere que la persona B haga algo. Para conseguirlo se las arregla para que B se sienta culpable si no hace lo que A quiere. Esta conducta errónea generalmente se aprende en la familia.

Por ejemplo, hay padres que, con la excusa de que no quieren imponer su autoridad a los hijos, recurren a este método para tenerlos bajo control. El padre o la madre acusan a los hijos de ser los causantes de su infelicidad, de su enfermedad o de su muerte, si los hijos no hacen lo que los padres quieren. Esto ocurre normalmente durante la infancia pero puede continuar hasta que los hijos sean adultos.

Cuando los hijos son pequeños, los fines perseguidos por los padres pueden ser válidos, pero el método es incorrecto. Los padres deben imponerse a sus hijos (en los casos en que ello sea necesario) por el hecho de ser los padres y no por colocarse en una falsa posición de víctima. Cuando los hijos son ya adultos, el propósito de un padre de interferir en la vida del hijo (más allá de darle los consejos que estime conveniente) está totalmente equivocado, cualquiera sea el método utilizado.

Los niños pueden utilizar esta herramienta en contra de sus padres, haciéndoles sentir culpables si no les compran un juguete o una ropa que supuestamente todos los otros niños tienen, o si no les dejan asistir a una fiesta a la que “todos los chicos van” y que los padres juzgan inconveniente. También puede ser utilizada por el marido en contra de la esposa o a la inversa. Es una conducta nociva que genera resentimiento en la parte obligada a hacer lo que la otra quiere.

Existe otra causa de culpa y son los códigos morales o de comportamiento social que hemos internalizado en alguna etapa de nuestra vida, generalmente en la infancia. Nos sentimos culpables por hacer algo que va en contra de lo que nos enseñaron nuestros padres, o de lo que hacen las personas de nuestra clase social, o de lo que es bien visto en nuestra familia.

Lo que debes tener bien en claro es que cualquier código que hayas recibido o que sea vigente en tu entorno, te obliga sólo en la medida en que tú adhieras al mismo. Cuando llegas a la adultez, tienes el derecho de revisar los códigos que te hayan transmitido o que todo el resto utilice, y determinar cuáles son las reglas que quieres mantener y cuáles no van de acuerdo con tu manera de pensar.

No debes sentirte culpable por estar en contra de un conjunto de reglas que puede haber quedado obsoleto o que tú no contribuiste a redactar. Lo que debes hacer es determinar cuáles reglas no estás dispuesto a acatar y qué precio estás dispuesto a pagar por no hacerlo.

No depender de los demás

Uno de los objetivos (tal vez el más importante) de la superación personal es alcanzar la autonomía en todos los aspectos. La persona evolucionada es autónoma en sus opiniones en cuanto que no acepta pasivamente las opiniones de los demás. Sin rechazarlas indiscriminadamente, se toma el tiempo para analizarlas y determinar si quiere hacerlas suyas.

Al igual que en el plano mental, en el plano emocional también la persona evolucionada es autónoma en el sentido de que sus sentimientos no dependen de los demás. Ella se da cuenta de que si quiere vivir en paz no puede permitir que los demás sean la causa de que esté alegre o triste. Los sentimientos de una persona evolucionada son provocados por su propia decisión o por acontecimientos ajenos a la voluntad de una determinada persona.

Esto no quiere decir que la persona evolucionada no tenga sentimientos, lo que es un equívoco muy frecuente. Hay algunos que, al no entender bien este punto, dicen: “¡Pero no se puede vivir sin sentimientos!” Si bien es cierto que todos los sentimientos negativos que hacen enfrentarse a los individuos, como el odio y el enojo, deben ser desterrados, nada te impide disfrutar de sentimientos positivos como la alegría, la amistad y el amor.

También puedes experimentar tristeza por algo que te ha ocurrido o que le ha ocurrido a una persona querida, o por una noticia referente a la humanidad en general, como por ejemplo una guerra, una epidemia o una hambruna en alguna parte del globo. Pero el sentimiento de tristeza o dolor no debe inmovilizarte de manera que no puedas seguir adelante con tu vida a pesar de lo ocurrido.

Las personas que no han conseguido la autonomía, en el sentido que he explicado, viven dependientes de los demás, sean quienes sean: los padres, los jefes, los novios, los amigos, los esposos, tanto en el aspecto mental como el emocional. No tienen opiniones propias, o si las tienen no se animan a exteriorizarlas sin solicitar la aprobación del personaje de autoridad. Son esas personas que no se animan a hacer ninguna afirmación sin agregarle “¿No es cierto, Fulano?” Si Fulano no da su aprobación, inmediatamente retiran lo dicho.

Observa en una reunión en la oficina o en una rueda de amigos, y generalmente verás una persona que no abre la boca hasta que lo hayan hecho todas los demás, para de esa manera saber de qué lado sopla el viento antes de decir lo suyo. Esto no quiere decir que la persona evolucionada ande propalando a todos lo que piensa, sin fijarse en la ocasión ni el momento. Lo que ocurre es que, aunque no lo exprese si no lo considera conveniente, tiene su propia opinión que no depende de lo que digan los demás.

Otro aspecto en que se manifiesta la falta de autonomía es la conducta de la persona, que al fin es también una forma de expresarse. Tú te expresas a través de lo que dices y a través de lo que haces. Hay personas que están psicológicamente incapacitadas para hacer algo que piensan que no recibirá la aprobación de alguna figura de autoridad en particular o de la sociedad en general. Por ejemplo, puede ser que ya seas adulto y sin embargo no quieras hacer cosas que te parece que no tienen nada de malo, pero que no serían del agrado de tus padres.

Si sabes que a alguien podría lastimarle o molestarle algo que tú has hecho, no hace falta que vayas corriendo a contárselo. Pero si te ves en la obligación de manifestar si lo has hecho o no, y prefieres negarlo porque te da vergüenza, entonces no te has liberado de la dependencia. En tanto sientas vergüenza de algo que haces, aunque racionalmente reconozcas que no hay motivo para ello, quiere decir que sigues dependiendo de la aprobación de los demás.

Con respecto a las infelicidades de origen amoroso es donde existe más confusión sobre el tema de la autonomía. La mayoría de las personas entiende que el amor debe ser algo recíproco y que si tú amas a una persona, esa persona te debe amar a ti. Si tu amor no es correspondido, no te queda más remedio que ser la clásica víctima de amor.

Sin embargo, esto no tiene que ser necesariamente así. En primer lugar, nada te impide amar a otra persona aunque esa persona no te ame a ti o tal vez ni tenga noticia de tu existencia. En segundo lugar, si la otra persona no te devuelve tu amor, no es obligación que tengas que sentirte infeliz. Si, para amar a alguien, necesitas que esa persona te ame a ti, eso no es verdadero amor sino un sentimiento egoísta y que te hace dependiente del otro.

Evitar la ira

Uno de los sentimientos negativos que tiene que evitar la persona evolucionada es el de la ira, sentimiento que no es de ninguna manera natural de la persona humana como algunos piensan. También hay otros que, echando mano de algunas teorías psicológicas, dicen que es perjudicial para la salud mental reprimir la ira. Y finalmente otros abogan por la salud física postulando que, si no explotan de ira, criarán una úlcera.

Al contrario de lo que dicen aquellos que invocan un derecho natural para enojarse cuando se les dé la gana, es perfectamente posible vivir una vida sin ira. La ira no es una parte imprescindible de la naturaleza humana. Tú puedes aprender a no experimentar ira, con lo cual te librarás del problema psicológico de reprimirla y del problema fisiológico de tener una úlcera.

La ira es siempre la reacción a una frustración, y una frustración es lo que te ocurre cuando te falla algo que esperabas, algo con lo que contabas. Supongamos que esperabas un ascenso en la oficina y el ascenso se lo dan a otra persona. La ira te invade al enterarte. Otro ejemplo: habían convenido con un amigo en encontrarse en un lugar y cuando tú llegaste, él no estaba. Cuando finalmente llega, media hora tarde, estás reventando de ira.

Generalmente somos presa de ira cuando alguna circunstancia nos impide hacer o conseguir lo que desearíamos, o cuando alguna persona no se comporta de la manera que nos gustaría. Cualquiera sea la razón por la que te sientes enojado, la realidad es que tú decides enojarte; nadie te obliga a hacerlo.

Este principio de la falta de acción es algo que a algunas personas les resulta difícil entender. Lo que arguyen es generalmente lo siguiente: “Si no me ascendieron, es lógico que me enfade”, o “Tengo razón en enojarme”. Cuando se invoca la lógica o la razón, se está dando la prueba de que la ira es un producto del pensamiento de la persona y no un acto reflejo inherente a la personalidad.

Así como has decidido que es lógico enojarse o que tienes razón al hacerlo, puedes decidir también lo contrario: que no es necesario hacerlo. Puedes decir, por ejemplo: “Tendría razón en enojarme, pero hay otras razones de mayor peso que me indican que es mejor no hacerlo”. Una de esas razones es que generalmente la ira no soluciona nada, sino que complica más las cosas.

La ira trae normalmente consecuencias nefastas para las relaciones personales. Las personas no se llevan mejor porque una de ellas descargue su ira en las otras. Si tienes que convivir con otras personas en un ambiente laboral, seguramente la mejor manera de hacerlo no es estar enojado con esas otras personas. Trabajar en esas condiciones es contraproducente para tu bienestar.

Por otro lado, si tu problema es que no te ascendieron, enojarte tal vez no sea la mejor manera de solucionar el problema y puede incluso disminuir la posibilidad de que te asciendan en el futuro. La ira puede impedirte pensar en maneras efectivas de encarar el problema. Una actitud serena te permite encarar formas constructivas de resolver la situación o de lograr que no se repita en el futuro.

Cuando la persona se permite ser presa de la ira, puede recurrir a agresiones verbales como insultar, ridiculizar o tratar sarcásticamente. Incluso puede llegar a la violencia física tirando objetos o propinando golpes. Algunos apelan a no hablar con la persona objeto de su rencor, como una manera de desconocer su existencia. Si llegas a estos extremos, es muy difícil que encuentres alguien que quiera prestarte ayuda en la situación que te molesta.

Plantear tu disconformidad de forma educada y amable es un recurso con posibilidades de conseguir un resultado favorable. Como éste no es un mundo perfecto, en ocasiones tendrás que reforzar tu pedido apartándote de la perfecta urbanidad, para subrayar la importancia que le das al asunto. Pero, aunque tengas que levantar la voz para hacerte valer, lo importante es no dejar que el enojo tome el control de tu conducta.

Recuerda siempre que enojándote con los demás no los vas a hacer cambiar. Si la otra persona es lenta, desordenada, conduce mal el automóvil, se desempeña mal como miembro del equipo, no vas a conseguir que cambie gritándole e insultándole. Menores resultados aún vas a conseguir con factores impersonales como el clima, el gobierno o la situación económica.

Evitar los encasillamientos

La persona evolucionada está siempre abierta a la posibilidad del cambio, no se encasilla ni encasilla a los demás. El encasillamiento es una manera de rehuirse a las experiencias nuevas, de seguir siempre en la vieja rutina. El encasillamiento se consigue poniéndose etiquetas a sí mismo y poniéndoselas a los demás.

Las distintas etiquetas que una persona se puede aplicar a sí misma se refieren a sus características físicas, su carácter, su conducta social y sus hábitos. Todos tenemos una idea de lo que somos y cómo nos comportamos; esto es lo que se engloba en el concepto de sí mismo, el cual no tiene nada de malo y puede coincidir con la realidad. El problema se presenta cuando se usa el concepto de sí mismo para privarse de experiencias que podrían enriquecernos.

Por ejemplo, puedes opinar de ti mismo: que eres tímido o nervioso; que eres bueno para la música y malo para las matemáticas; que eres sano o enfermizo, gordo o delgado; que eres descuidado o meticuloso; que eres un aburrido o un solitario. Cualquiera de estas cosas puede ser verdadera o falsa, y en tanto no te perjudiquen puedes seguir pensando lo que quieras. Cuando se produce un conflicto, tienes que analizar si es verdadera o no la etiqueta que te has o te han adjudicado.

Supongamos que de niño tenías un pianito de juguete y un tío que te escuchó tocarlo dictaminó que no servías para músico. A partir de ahí nunca te acercaste a un instrumento musical. Ahora que ya eres adulto, si no tienes nada mejor que hacer, bien podrías tratar de ver si el tío estaba equivocado y consigues aprender a tocar algún instrumento.

Pueden ocurrir otros casos más importantes como, por ejemplo, que en el trabajo te propongan un ascenso si te trasladas a otra ciudad. Si tú eres del tipo de persona que prioriza la seguridad de lo conocido, que come siempre la misma comida, usa siempre la misma ropa, lee siempre los mismos diarios, perfectamente puedes negarte a que te asciendan con tal de no abandonar lo que ya conoces.

Hay personas que evitan sistemáticamente explorar lo desconocido y abrirse a nuevas experiencias, recurriendo a las etiquetas que llevan pegadas. Pueden decir “Yo soy así, siempre he sido así y no voy a cambiar” para negarse a considerar siquiera la posibilidad de emprender actividades diferentes de las que siempre han hecho. Por supuesto que si una persona tiene una constitución débil no es conveniente que se inscriba para correr en una maratón, so pretexto de vivir algo nuevo.

Sin embargo, muchas veces las etiquetas que nos endilgamos son incorrectas y producto de uno o más trastornos psíquicos como pueden ser la rigidez, los prejuicios y el perfeccionismo. Lo que tienen en común estos trastornos es que te mantienen atado a un esquema del que no puedes apartarte. La rigidez, por ejemplo, es lo contrario de la espontaneidad: consiste en no hacer nada que no esté rigurosamente planeado de antemano.

La persona que sufre de rigidez puede planear exhaustivamente un viaje de vacaciones porque está previsto que las personas tengan un período de vacaciones en el año. Lleva a cabo el viaje siguiendo al pie de la letra lo que traía planeado pero, si en el transcurso del mismo surge la posibilidad de visitar alguna atracción turística que no estaba contemplada, no se lo puede hacer porque eso no estaba dentro del plan.

El perfeccionismo también conspira contra la realización de nuevas actividades cuando alguien o tú mismo has determinado que no eres bueno para hacer algo. En vez de pensar que lo importante de una actividad es el placer que tú extraigas de ella, te niegas siquiera a emprenderla porque, si no haces algo perfectamente, no vale la pena que lo hagas.

Los prejuicios son la forma de decretar la inexistencia de una gran parte de la humanidad. Ya sea que se basen en el color de la piel, en la nacionalidad, en la religión, en la opinión política, etc., sirven de pretexto para que uno no tenga nada que ver con la gente que no coincide con nosotros en algunos de esos aspectos.

Si, basándote en que determinada persona tiene distinto color de piel que el tuyo o diferente religión que la tuya, te niegas a conocer y a tratar con esa persona, lo que estás diciendo es que quieres seguir tratándote con la misma gente que siempre has conocido y te estás privando de conocer a alguien que tal vez pueda enriquecer tu vida con nuevos conocimientos y puntos de vista.

Aceptar a los demás

Si bien el camino de la superación personal no es fácil en ninguno de sus tramos, uno de los más arduos es el que nos exige aceptar a los demás tal como son. Esto es así porque a todos en general nos gustaría que los demás fuesen copias exactas de nosotros mismos.

Una comprobación experimental de lo dicho consiste en lo siguiente: elige a una persona que no te conozca y observa atentamente su manera de vestir, de actuar y de hablar. Luego traba relación con ella pero con la precaución de tratar de imitarla lo más hábilmente posible. Si a continuación haces que una tercera persona le pregunte que opinión le ha merecido su nueva relación (o sea tú), verás que has causado una excelente impresión.

Sin meternos en estas complicaciones, observemos las personas que trabajan en una oficina. Generalmente el jefe de la oficina no estima por igual a todos sus empleados, sino que hay algunos que son más apreciados. Si te fijas cuáles son, verás que son los que más se parecen al jefe en uno o más aspectos. Generalmente también, esto es aprovechado por algunos para hacer carrera copiando al jefe tanto como es posible.

Esto no es más que la aplicación del principio general ya enunciado de que nos sentimos más a gusto con gente que se parece a nosotros. El corolario obligado es que nos sentimos a disgusto con gente que no se nos parece. Como las personas presentan tantas diferencias que se ha llegado a decir que no hay dos iguales, es muy probable que te toque alternar con personas que no son, en general, parecidas a ti. Ahí es donde comienzan los problemas.

Tienes que aprender a aceptar a los demás tal cual son. Esto quiere decir que, si eres su superior de alguna manera (padre, jefe), tienes de dejar de tratar que actúen como tú actuarías. Si, por el contrario, es el otro el superior, tienes que dejar de esperar que actúe como tú lo harías. Por supuesto que hay cosas que deben ser hechas de una determinada manera porque es claramente la mejor o porque hay una política que así lo exige.

Ocurre, empero, que a veces hay más de una manera de hacer las cosas y todas son igualmente válidas. En ese caso cada persona debe tener la libertad de hacerlo del modo que mejor le parezca. Si te obstinas en que todo tiene que hacerse a tu modo, generarás rencor contra ti o saldrás tú mismo frustrado. Lo seguro es que de un modo o del otro las relaciones personales se verán perjudicadas.

Esto puede ocurrir con relaciones que de otro modo serían armoniosas como, por ejemplo, entre marido y esposa. Aquí, a las diferencias generales que existen entre las personas, se agregan las diferencias que hay entre los dos sexos. Sin embargo, en beneficio de la satisfacción de los instintos sexuales y de la continuidad de la especie, es necesario que cada uno aprenda a transigir con los aspectos del otro que no son tan importantes como para interferir seriamente con la relación.

Pasando a temas donde se precisa ejercer un mayor discernimiento, tenemos el caso en que los puntos de vista en discordia involucran concepciones de vida diferentes. Estoy hablando de aquellos casos en que lo que difieren son los valores morales de las personas. No hay una regla general para aplicar en estas situaciones, sino que cada uno tiene que estipular hasta qué punto está dispuesto a llegar en la aceptación de los otros cuando estos otros tienen una distinta jerarquía de valores que la que uno tiene.

Un caso particular de esta situación se presenta cuando estamos hablando de diferencias generacionales como las que existen, por ejemplo, entre padres e hijos. En otras épocas se podía presuponer una comunidad de valores entre los padres y los hijos, pero hoy esto es la excepción más bien que la regla. Aquí es más difícil la tolerancia porque los padres esperan naturalmente que los hijos sean una continuación suya, expectativa que cada vez se ve frustrada con mayor frecuencia.

Los padres tienen que manejar esta situación manteniendo un equilibrio entre el respeto a los valores de la nueva generación y el respeto a su obligación paternal de encauzar a sus hijos. Permitir todo y negar todo no son las soluciones a este problema. Debe tratarse de transmitir lo sustancial de los valores teniendo en cuenta los nuevos puntos de vista.

Pensar en forma independiente

Durante el proceso a través del cual una criatura se desarrolla hasta convertirse en un adulto, se lleva a cabo entre otras cosas lo que se denomina la enculturización de la misma. El resultado de la enculturización es que el adulto comparte los valores, opiniones y costumbres de la sociedad en que vive, la cual es representante de una determinadacultura que es la que determina esos valores, opiniones y costumbres.

La enculturización es necesaria para que la persona pueda vivir en sociedad con otras. No podría hacerlo si no tuviera la misma manera de vestir, alimentarse, ganarse la subsistencia, conseguir pareja, etc., que las personas con las cuales vive. La enculturización es beneficiosa para la persona porque le permite subsistir, ya que un ser humano aislado de los otros enfrenta la casi seguridad de su muerte.

La enculturización puede en ocasiones entrar en conflicto con las necesidades de la persona. La mayoría de las personas son felices prestando obediencia ciega a las normas y reglas de la sociedad en que viven. Esto es precisamente lo que permite la existencia de estas sociedades, ya que si no hubiera un número considerable de sus integrantes (en la práctica casi todos) que respetaran las reglas, la sociedad se disgregaría.

Un pequeño número de personas, sin embargo, encuentra demasiado opresivo el acatamiento irreflexivo a todas y cada una de las reglas sociales, observando que hay algunas de ellas que pueden haber quedado obsoletas desde que fueron establecidas o que tal vez nunca tuvieron un fundamento racional.

Las reglas sociales se expresan en la forma de “debes” y “deberías” que gobiernan nuestra conducta. Debes hacer esto o deberías hacer aquello. Queda sobreentendido que si no lo haces así, no serás bien visto por los demás. Por ejemplo, en una época los hombres debían salir a la calle usando un sombrero o cualquier otro tipo de cubre-cabeza, y al encontrarse con una persona conocida debían saludarla levantando el sombrero.

En la época en que todos los hombres usaban sombrero, salir a la calle descubierto (como se decía del que no tenía tapada la cabeza) era ir contra las reglas e implicaba ser mirado como un inadaptado que no podía figurar dentro de las personas bien educadas. Esta costumbre ha desaparecido (como tantas otras de una época en que se distinguía entre las personas educadas y las que no lo eran), y su desaparición no ha causado grandes perjuicios a la especie humana.

El hecho de que los hombres hayan sobrevivido a la falta del sombrero demuestra que no era tan imprescindible como en un tiempo se pensaba. La desaparición de esta costumbre y otras similares no quiere decir que la sociedad se haya vuelto más “liberal” en su fondo, sino solamente en su forma.

La liberación de la mujer tampoco representa una mayor transformación de la sociedad si solamente significa convertirla en un igual del hombre en cuanto a derechos y obligaciones. Meramente se traduce en poner en lugar o al lado del hombre a una mujer que piensa y actúa como lo haría un hombre. Las mujeres pueden sentirse mejor al estar liberadas, pero la calidad de la sociedad no cambia.

En general, las culturas, y por ende las sociedades, siguen manteniendo el mismo fondo autoritario. De ahí que la persona que se atreve a resistir la enculturización usualmente es tildada de insubordinado, diferente, egoísta, rebelde o anormal, y la consecuencia de su conducta es ser aislado o excluido.

Paradójicamente, todos los progresos de que la humanidad se ha beneficiado se han debido a las personas que han preferido pensar en forma independiente y resistirse a las influencias que los presionaban para que se sometan. Las personas que se manifestaron en contra de las ideas de que la tierra era plana y de que el sol giraba en torno a la tierra fueron en su momento acusadas de locura, pero si no fuera por personas como esas actualmente seguiríamos como hace cinco siglos.

Esto no quiere decir que, si no estás de acuerdo con una regla que te impone la sociedad, debas iniciar un movimiento de protesta. Lo que debes hacer es evaluar en qué medida eres coartado por esa regla y determinar si te conviene obedecerla o eludirla, teniendo siempre en cuenta las consecuencias que se pueden producir.

Si tu resolución es no hacer caso de la regla, te conviene hacerlo sin mayor alharaca y dejando a los demás que decidan por su cuenta lo que les conviene hacer. Armar un lío es la mejor manera de atraer la ira y crearte obstáculos.

Ser fiel a uno mismo

Cada persona tiene un conjunto de opiniones y creencias, y experimenta ciertos sentimientos frente a determinada circunstancia. Si estos sentimientos y opiniones son puestos de manifiesto ante los demás o, si por contrario, son disimulados de manera de exhibir algo distinto, es lo que diferencia a una persona fiel a sí misma de aquella que no lo es.

Serás fiel a ti mismo si, requerido para dar una opinión, manifiestas lo que realmente piensas y no lo que crees que conviene expresar para quedar bien con los demás. No importa si lo que dices es lo mismo que piensan los demás, sino que sea lo que tú crees. Manifestarse permanentemente en contra de lo que opinan los demás, antes que un rasgo de sinceridad es una manera de llamar la atención.

Además de negar las propias opiniones, también se pueden negar los propios sentimientos o fingir sentimientos que no se tienen. Puedes fingir un amor o una indiferencia que no sientes, o puedes simular que eres más o menos de lo que realmente eres. Puedes aparentar enojo cuando lo que tienes es miedo, o alegría en vez de tristeza.

Hay muchas maneras de no ser fiel a sí mismo y generalmente son producidas por el afán de pertenecer, de ser aceptado. Siempre hay un grupo que me conviene integrar por los beneficios que ello me reporta, aunque sean personas a las realmente no aprecio. Pero dejo esto de lado, alterno con ellas y finjo compartir sus creencias porque así obtengo tal o cual ventaja.

Respetar las propias creencias significa respetarse a sí mismo y no siempre es fácil. A veces es una cuestión de supervivencia; transigir con ciertas conductas que no apruebo, hacer que no veo cosas con las que no estoy de acuerdo, puede representar la posibilidad de seguir comiendo todos los días. Cuando esto no es así, debo hacer un balance entre los beneficios que obtengo y el sacrificio de no respetarme a mí mismo.

Ser fiel a sí mismo no significa andar diciendo la verdad a todo el mundo y todo el tiempo. Puede que tengas que callar frente a opiniones que no compartes y hacer de cuentas que no oíste nada, si es que no tienes más remedio. Al final de cuentas, si la otra persona está equivocada en lo que piensa es problema de ella y no tuyo. Pero faltas a la coherencia contigo mismo si, solicitado de expresarte, lo haces de una manera contraria a lo que piensas.

Se miente cuando se dice amar a una persona a la que se somete a malos tratos, cuando se finge una arrogancia o, por el contrario, una modestia que no se tiene. Cuando se es hipócrita o deshonesto, diciendo una cosa y haciendo otra, no se está siendo fiel a sí mismo. Las consecuencias de estas conductas no serán sólo para las personas que engañes, sino también para ti por cuanto nunca podrás estimarte actuando de esta manera.

Si optas por la sinceridad y el respeto a ti mismo, no todo serán ganancias lo que obtengas. El coraje y la independencia necesarios para mantenerte fiel a tus opiniones y tus sentimientos, no recibirán siempre la recompensa que merecerían. Ello es así simplemente porque al obrar así irás en contra de lo que hace la mayoría de la gente.

Si dices sí cuando quieres decir sí y dices no cuando quieres decir no, lo más probable es que te ganes la envidia y la hostilidad de los demás. Recibirás la hostilidad que se gana todo aquel que es diferente porque seguramente serás diferente de la mayoría de los que te rodean. Serás envidiado porque todos aquellos que no son como tú quisieran poder serlo. Por uno u otro motivo, lo seguro es que harán todo lo posible para llevarte de nuevo al rebaño.

Ser fiel a uno mismo equivale a ser sincero sobre lo que amas, admiras y disfrutas; significa afirmar tus deseos y tus necesidades frente a los de los demás. Esto no siempre es bien recibido y puede ocurrir que seas el único que ve lo que ves y el único que sabe lo que sabes. No es la posición más cómoda para vivir pero es la única posible para el que quiere superarse.

Evitar la queja y la crítica inútiles

Como parte de la armonización de la persona con el medio, existen dos aspectos que es ineludible incorporar. Una persona que desea mantener dicha armonía tiene que aprender a evitar quejarse de aquellos hechos que no puede o no le interesa cambiar, y la misma política tiene que aplicar a las personas con las que se relaciona.

Es fácil de detectar aquella persona que se considera víctima, ya sea de las circunstancias o de las otras personas. Es la que ve en cualquier acontecimiento una intención maligna que busca perjudicarla. Un simple cambio del tiempo, por ejemplo de soleado a nublado, le parece un intento de estropearle la vida.

Una persona como esta generalmente no se reserva sus pensamientos para sí. A cualquier persona que esté cerca y se resigne a escucharla, la abrumará con la explicación de cómo el malvado tiempo se obstina en estropearle los planes que se había trazado, sin privarse de hacer un análisis histórico de cómo el tiempo ya no es lo que era antes y cada vez viene peor.

Entre los principios generales que rigen la conducta de la persona evolucionada, uno de los más importantes es el de asumir la responsabilidad por el propio destino, teniendo en cuenta por supuesto que existen hechos fuera de su control. La persona evolucionada realiza las acciones que están a su alcance para influir en su destino y no pierde tiempo lamentando aquellas cosas que no puede cambiar, sino que rehace sus planes según cómo se presenten las circunstancias.

Si tenías pensado salir a dar un paseo y un cambio meteorológico lo hace imposible, no tiene sentido que el tiempo que ibas a estar paseando lo inviertas en mirar por la ventana y lamentarte por lo que no pudiste hacer. Es mucho más útil que busques otra actividad para hacer y en todo caso, si quieres quejarte, no molestes con tus quejas a personas a las cuales el asunto no les interesa.

Este mismo principio se puede aplicar a asuntos más importantes que el de salir a dar un paseo. Lo que hay que tener en cuenta es que quejarse por algo que no puedes evitar no va a solucionar nada y lo más probable es que termines aburriendo a las otras personas.

Un caso particular de la persona quejosa lo constituye aquella cuyas quejas se enderezan contra las otras personas. Esta es la persona que vive criticando a los demás porque nadie le cae bien. Si bien es cierto que todos tenemos defectos, es muy rara la persona que no tenga algún aspecto positivo, algo que se pueda alabar. Se comete un acto de injusticia cuando solamente se repara en lo malo y no en lo bueno que puedan tener los otros.

Es obvio que la costumbre de referirse a los demás únicamente para criticarlos nace de un problema psíquico. Ver las conductas erradas que tienen los otros y analizar cuáles pueden ser las causas de las mismas, es una buena manera de darse cuenta de los cambios que uno mismo tiene que realizar, ya que es raro que uno perciba sus propias conductas incorrectas.

El caso de la persona criticona puede ser debido a que la misma intenta realzarse a sí misma rebajando a los demás. Poner constantemente de manifiesto lo que considera los defectos de los demás puede ser una manera de atraer la atención hacia sus propias virtudes. Aquí hay evidentemente un problema de autoestima porque la persona que se autoestima no necesita andar fijándose en lo que hacen mal los demás para sentirse mejor.

También puede ser que intervenga una falla del principio de responsabilidad que antes expuse, si es que las críticas se refieren siempre a la manera en que los otros se comportan con la persona quejosa. Si acatas el principio de responsabilidad no andas fijándote en lo que hacen los demás ni siquiera para echarles la culpa de lo que te pasa a ti. La persona evolucionada sabe que lo que le ocurre es producto de sus propias acciones y no de las acciones de los demás.

Reconocer los errores propios

El camino de la superación personal empieza por la aceptación de sí mismo, reconociéndose tal como uno es con sus virtudes y sus defectos. Entre lo que debes reconocer, renunciando a cualquier ilusión que puedas haber tenido, es que eres un ser humano y que, como tal, estás expuesto a equivocarte y a cometer errores.

Nada más lejos de la persona evolucionada que ser arrogante y pretender la infalibilidad. Así como no exige a los demás la infalibilidad, tampoco se cree a sí misma infalible ni dueña de la verdad. Reconocer a los demás el derecho a decidir su propio destino implica renunciar a hacer proselitismo y a tratar de que todos piensen de la misma manera.

Esta actitud suele ser mal comprendida, dado que la persona común, no evolucionada, quiere que la convenzan porque rechaza el esfuerzo que representa pensar por sí misma. Prefiere dejar que los padres, los maestros, los políticos, los publicistas, le digan lo que tiene que pensar para así evitarse el trabajo de encontrarlo por su cuenta.

Esa persona común, que no piensa por su cuenta, es usualmente una persona fanática, en el sentido de que no admite que otros piensen en forma diferente. Ello es así porque, al someterse a que los demás le digan qué tiene que pensar, ha sacrificado su libertad de elegir. Para que tal sacrificio tenga sentido, tiene que negar que exista otra verdad que aquella que le han dado.

Una persona así, al encontrarse con alguien que tiene una opinión distinta que la suya, tratará de conquistarla para su bando de cualquier manera que sea. Dado que ésa es su manera de ser, le resultará incomprensible que alguien que piense distinto no haga lo mismo con ella. Por eso, cuando se encuentra con una persona evolucionada le resulta difícil comprenderla.

La persona evolucionada no trata de convencer a los demás y, por lo tanto, no tiene inconveniente en reconocer sus errores ya que no necesita encumbrarse en una posición de infalibilidad para poder captar adeptos. Incluso rechaza la palabra “adepto” porque se suele usar en el sentido de alguien que adhiere a la posición de otro sin hacer un análisis propio.

Las personas que creen que aceptar los propios errores rebaja la estatura de la persona son justamente aquellos que buscan adeptos que crean incondicionalmente lo que se les dice. No pueden comprender que al individuo evolucionado lo que le interesa es su propia opinión y no la opinión de los demás. Por lo tanto no hay nada que le impida reconocer que se ha equivocado, ya que no le importa lo que los demás piensen.

Cuando uno busca su propia verdad y no se deja convencer por lo que los otros dicen (aunque puede aceptarlo si le parece adecuado), reconoce a los demás el mismo derecho. Esto forma parte del principio de amar a los otros como se ama a sí mismo. Así como yo me doy el derecho de opinar de manera diferente a los demás, les reconozco a los demás el derecho a opinar de manera diferente a la mía.

Si te pones en una pose de predicador a ultranza, queriendo conquistar adeptos a toda costa, no estás respetando a los demás. Esa actitud es la que lleva a las guerras religiosas y de otros tipos, y es la que ha provocado la masacre de millones de personas a lo largo de la historia humana.

Aquellos que no pueden abandonar una discusión hasta que la otra parte les ha dado absoluta y completamente la razón, son los que, a otro nivel, emprenden campañas de evangelización a sangre y fuego contra pacíficas poblaciones indígenas. Aquellos que acuden a trampas con tal de ganar una partida de cartas (en la que ni siquiera se juega por dinero), son los que, a otro nivel, cargan los aviones con bombas para ir a arrojarlas sobre poblaciones indefensas.

La humildad es una de las características de la persona evolucionada, teniendo bien en claro que, al contrario de lo suele entenderse, no es lo mismo humildad que obsecuencia y sumisión. Ser humilde no significa arrodillarse ante nadie, sino reconocerse como un ser humano con todas sus imperfecciones, reconocimiento que justamente es lo que le impide considerarse mejor que los otros y con derecho a imponer su propia verdad

Vivir conscientemente

Vivir conscientemente significa percatarnos de todo lo que afecta nuestras acciones, objetivos, valores y metas, y comportarnos de acuerdo con aquello que vemos y sabemos. Como se puede ver, se trata de dos conductas que, juntas, distinguen a la persona evolucionada.

El primer aspecto es el de la percatación, palabra que significa darse cuenta. Me percato de algo cuando me doy cuenta de ese algo. La percatación es una condición ineludible para manejarse eficientemente con la realidad y está relacionada en cierta manera con la inteligencia, dado que la persona más inteligente se da cuenta de mayor cantidad de cosas.

La percatación es la base de la conciencia en el sentido en se emplea esta palabra cuando se dice, por ejemplo, que una persona está consciente o está inconsciente. Si alguien recibe un golpe en la cabeza y queda desmayado, se dice correctamente que está inconsciente, queriendo decir que no se da cuenta de lo que le ocurre y de lo que lo rodea (aunque esto no sería tan así de acuerdo a las últimas investigaciones).

El estado de desmayo es, como lo indica el término, un estado, es decir, una situación temporal, transitoria. Algunas personas, por efecto de una enfermedad, caen en un estado similar que es el estado de coma, del cual algunas se recuperan y otras no. Pero en lo fundamental son estados transitorios porque no constituyen la forma usual de existir de la persona.

Cuando hablamos de la situación normal de una persona, usamos el verbo “ser” y no el verbo “estar”. Entonces decimos que una persona es consciente o inconsciente. Si bien el verbo cambia para representar una situación permanente en lugar de temporal, el significado de la expresión es el mismo. La persona consciente se da cuenta de lo que ocurre y de lo que le ocurre, mientras que la persona inconsciente, no.

Lógicamente, siempre estamos hablando de niveles relativos de conciencia. El desmayado o el comatoso no pueden valerse por sí mismos para, por ejemplo, alimentarse y así asegurar su supervivencia. Si a una persona en coma queremos mantenerla con vida, habrá que alimentarla de alguna manera artificial. La persona que es inconsciente, pero no está inconsciente, puede alimentarse por sí misma y llevar a cabo un gran número de actividades que desarrollan habitualmente las personas.

El nivel de conciencia de una persona que es inconsciente es sin embargo menor que el de una persona consciente en tanto que percibe menos aspectos de su entorno y los aplica en menor medida a regular su conducta. Puede, por ejemplo, llevar a cabo actividades peligrosas porque no percibe los riesgos involucrados o porque, aún estando al tanto, no les da la importancia necesaria.

Cuando hablo de una doble conducta me estoy refiriendo justamente a que hay dos aspectos a considerar: uno es el darse cuenta y el otro es usar aquello de que me doy cuenta. Si no practicas ambas conductas, no eres una persona consciente. Si sabes que conduciendo más rápido de lo necesario o más allá del límite fijado, incrementas la posibilidad de tener un accidente, y eso no te hace disminuir la velocidad, no te estás comportando conscientemente.

La percatación no está solamente relacionada con la inteligencia, sino también con la voluntad. No es un fenómeno espontáneo, sino un fenómeno volitivo. Tú puedes elegir si quieres o no darte cuenta de la realidad. Obviamente, hay una parte de ti que siempre va a saber qué es lo que está pasando. Ya sabemos que la mente trabaja en varios planos y hay una expresión que lo ejemplifica claramente que es “darse por enterado”.

Tú puedes estar enterado de algo, pero no darte por enterado. Esto quiere decir que te enteras de algo y luego niegas haberte enterado, incluso ante ti mismo. Actuar de esta manera no es actuar conscientemente, sino engañarte a ti mismo y es una forma de actuar que te permite excusarte de no hacer lo que deberías hacer. Al renunciar a hacer lo que en el fondo tú sabes que es lo correcto, no estás siendo fiel a tu yo interior.

La conciencia, o sea darse cuenta de lo que ocurre para modificar adecuadamente la conducta, es una de las cosas que distingue al ser humano del resto de los animales. En la medida en que incrementes tu conciencia estarás cada vez más cerca de ser lo que eres, esto es, un ser humano y, por lo tanto, habrás avanzado más en tu camino hacia la superación personal.

Atte.

Daniel Romo Pinilla Pastor/ Capellán                                                                                                        infantil.pastoral@gmail.com

 

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