Para reflexionar… Una Puerta Siempre Abierta

“Yo soy la puerta; el que por mí entraré, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9).

George, hijo único de un comerciante, vivía reclamando con el padre sobre la vida que él juzgaba mediocre. Decía que anhelaba conocer el mundo, pues sabía que muchos lugares maravillosos esperaban por él. El padre, siempre intentaba aconsejar el joven para seguir el camino de Dios y esperar con paciencia por el momento cierto para realizar sus sueños. De nada adelantó. Un día el joven dijo al padre que estaba yendo a vivir su vida. Mucho tiempo se pasó y el joven entró por varias puertas, sin, sin embargo, encontrar a tan soñada felicidad. Pensó en volver a casa. “¿Será que mi padre va a recibirme?” Sabía que no merecía más el amor del padre. Resolvió volver bien tarda de la noche, esperando que el padre no tuviese cambiado la cerradura. Llegó de madrugada y se puso sorprendido al ver la puerta abierta. Entró con cuidado y encontró el padre sentado en la sala, despierto. “Padre, ¿qué está haciendo despierto tan tarde? ¿Por qué la puerta está abierta?”, preguntó el hijo. El padre, abriendo los brazos para un abrazo, dijo: “desde que usted se fue yo mantengo la puerta abierta y me quedo esperando su vuelta”.

Perdemos mucho tiempo buscando por puertas que juzgamos darnos placer y alegría. Entramos, salimos y descubrimos que ninguna puerta puede darnos la felicidad, que la puerta de la salvación, dejada abierta por el Padre, puede darnos. Es dentro de ella que está la vida abundante y eterna. Es dentro de ella que encontramos el Señor de brazos abiertos. Es dentro de ella que debemos quedarnos. Es de dentro de ella que nunca vendríamos a salir.

Si usted salió en busca de puertas engañadoras, vuelva luego. ¡Usted aún tiene tiempo de ser feliz!

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