Un niño estaba con su padre cerca del Gran Cañón – Estados Unidos. “Déjame tomarte de la mano”, le dijo el niño a su padre. “No, déjame tomar la tuya”, respondió el padre, sabiamente. De la misma manera, Dios toma nuestras manos.
Cuando tomamos las manos de Dios, existe una gran posibilidad de que lo liberemos. En cualquier momento de debilidad, en cualquier indecisión, pronto imaginamos que podemos caminar por nuestra cuenta, siguiendo nuestra voluntad, dejando al Señor a un lado. Cuando le pedimos a Dios que nos tome de la mano, en cualquier situación y por difícil que sea la circunstancia, Dios nunca nos liberará. Él nos cuidará, nos protegerá cuando surjan batallas, nos guiará a salvo hasta que cesen los vientos y las tormentas.
Tomarse de las manos del Padre celestial es muy bueno. Dejar que Él tome la nuestra es aún mejor. Y es seguro que siempre necesitaremos el cuidado de Dios.
Realmente necesito de Dios. ¿Y tú?
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