(1 Samuel 18:28, 29).
Cuán dañinos y destructivos son los celos o la envidia que tenemos de otra persona. Es como un veneno que toma nuestra alma y destruye nuestra vida espiritual. Creemos que la persona envidiada es nuestro mayor enemigo, pero nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos.
Cuando no permitimos que el Señor nos ame profundamente, como Saúl, siempre habrá un David que nos acosará con celos y envidia, alguien que tiene lo que queremos, o que hace lo que deseamos que podamos.
Si nos ofrecieran un vaso de veneno, lo rechazaríamos; sin embargo, a menudo bebemos el veneno de los celos o la envidia día a día, y con el tiempo nuestra alma muere.
Dejemos que Dios se encargue de nuestras vidas. Miremos siempre a Él y, en todo momento, seremos una maravilla para nosotros mismos.
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