La cobijita drama

La cobijita

por Keila De Macip

thmm

 

La cobijita

 

 

Actrices:

Sandra:             Mujer joven, entre 25 y 35 años de edad.

Beatriz:            Mujer joven, entre 30 y 35 años de edad

Hilda:               Mujer de unos 40 años (vecina de Sandra)

Marta:              Mujer de unos 50 y 60 años (madre de Beatriz)

Mujer en el parque

Voz de mujer que está con Roberto

Emilia:Mujer joven que encontró la cobijita

ACTO 1

(Una pequeña sala o recámara. Sandra, sentada, bordando con punto de cruz una cobijita. Vestida moderna, con unos 7 u 8 meses de embarazo).

Tocan a la puerta.

Sandra:            ¿Quién?

Hilda:               Soy yo. Hilda. La vecina.

Sandra:             Pásele, doña Hilda. Estoy aquí un poco ocupada.

Hilda entra y se sienta a su lado.

Hilda:               ¡Qué industriosa andas, Sandrita! ¿Qué haces?

Sandra:            Una cobijita para mi bebé. Estoy bordándole unos trenes y unos aviones.

 

Hilda:               Te quedará hermosa. En definitiva, no hay nada como algo hecho a mano a diferencia de lo que se compra en una tienda, ¿verdad?

Sandra:            Tiene razón. En una tienda todo está hecho en serie. No hay nada personalizado, y mi bebé merece lo mejor. Mire (le muestra hilos de colores), yo elijo los tonos y las combinaciones. La cobijita no se parecerá a nada vendido en un supermercado.

 

Hilda:               Ya decía yo que eres una chica muy creativa. ¿Y qué dice el papá?

Sandra suspira y deja de bordar.

 

Sandra:            ¿Qué quiere que le diga, doña Hilda? No me vaya a salir como mi mamá con sus “te lo dije”.

 

Hilda:               No, querida, yo no te juzgo. Soy tu amiga. Estoy de tu parte. Cuéntame.

 

Sandra:            Pues él me promete que en cuanto nazca el niño, se divorcia de su esposa. Ay, doña Hilda, yo no sé por qué me fui a enamorar de un hombre casado, pero no lo hice a propósito. Como el mismo Roberto me dice, si nos hubiéramos conocido antes, no habría tantas complicaciones. Somos tal para cual. Somos la pareja ideal.

 

Hilda:               Qué cosa, Sandy. ¿Y crees que deje a su mujer?

 

Sandra:            Por supuesto. Según él, la esposa es medio fanática y hace mucho que perdió el encanto. Ya verá, todo se solucionará.

 

Hilda:               Eso espero, mi niña. Ya ves mi situación. Casada con uno que se fue al Norte y no ha vuelto.

 

Sandra:            ¿No le manda dinero?

 

Hilda:               Pues sí, pero ¡ve tú a saber si no ya tiene por allá un segundo frente! Si por eso digo que uno no debe confiarse de los hombres.

 

Sandra:            Mi caso es distinto.

 

Hilda:               (En secreto) Eso decimos todas. (A Sandra) Pues te dejo, niña. Ya luego vengo para ver tu obra de arte.

 

Sandra:            Que le vaya bien, doña Hilda.

 

Se despiden con un beso. Hilda sale de escena. Sandra suspira.

 

Sandra:            Una obra de arte. Oh, Dios, un día pensé que yo era una obra de arte tuya, pero hoy ya no sé. Me imaginaba a esta edad casada por todas las de la ley, con un hijito que llegaría a una familia unida, en una casa elegante y con todo lo que el chico necesitara. Pero esto está… complicado.

 

Abraza la cobijita.

 

ACTO 2:

(En la misma recámara o sala. Sandra con un ligero cambio de vestuario. Está abrazando a un bebé con angustia).

Sandra:             Ya, Betito, no llores. Estás enfermo, ¿verdad? ¿Qué puedo hacer?

Toma el teléfono.

Sandra:            Tu papá no contesta el celular. ¿Dónde andará? ¿En una de sus dichosas juntas? Ay, Betito, a tu padre ya no le creo nada. Mira que me prometió casarse conmigo y es la hora que sigo esperando su promesa. Pero, tranquilo, algo se me ocurrirá.

El bebé llora aún más. Sandra se pone nerviosa y se desespera.

 

Sandra:            Dios mío, ¿qué hago? Mi mamá no me va a ayudar. Ella aún piensa que soy una mala persona por ser madre soltera, y doña Hilda ni sus luces. Se ha de haber ido a visitar a su hija o algo así. Pues ni modo, voy a hablar a casa de Roberto. Esto es una emergencia.

 

Marca un número. Que se escuche la voz de Beatriz fuera de escena.

 Beatriz:            ¿Sí diga?

Sandra:             Buenas noches, por favor con el señor Roberto Juárez.

Beatriz:            ¿De parte de quién?

Sandra:             De… una amiga.

Beatriz:            Mire, no se encuentra por el momento, pero no debe de tardar. ¿Quiere dejarle un recado?

 

Sandra mira a su niño. Él lanza un chillido y Sandra se quiebra a llorar.

 

Beatriz:            ¿Está bien, señora? ¿La puedo ayudar en algo?

Sandra:            Es mi bebé. Tiene mucha fiebre. No sé qué sea.

 

Beatriz:            ¿Ya lo llevó al médico?

Sandra:            No tengo seguridad social… Ni mucho dinero… (sigue llorando).

 

Beatriz:            Tranquila, señora. Quizá sea algo leve, pero cuando son pequeñitos uno se asusta. ¿Es su primer hijo?

Sandra:            Sí.

 

Beatriz:            ¿Dónde vive? Vi en el identificador de llamadas que su número es de la zona.

 

Sandra:            En la calle Madero. Contra esquina con Carranza. Departamento 2.

 

Beatriz:            Voy para allá.

 

Sandra cuelga y habla con el bebé.

 

Sandra:            ¿Qué he hecho, Betito? ¿Estoy loca o qué? ¡La esposa de Roberto pisará esta casa! Pero primero está tu salud. Tú eres lo más importante del mundo para mí. Una madre haría lo que fuera por su hijo.

 

Tocan a la puerta. Sandra abre. Las dos mujeres se observan.

 

Sandra:            Gracias por venir. No sé qué decir.

 

Beatriz:            Veamos al chiquito.

 

Colocan al bebé sobre una mesita o en las piernas de Beatriz y ella lo revisa.

 

Beatriz:            ¿Cuánto tiene de temperatura?

 

Sandra:            No estoy segura. No tengo termómetro.

 

Beatriz:            Menos mal que vengo preparada.

 

Saca de su bolso un termómetro. Se lo coloca, pero observa al bebé con atención.

 

Beatriz:            Se parece mucho a… un amiguito de nosotros. Y dígame, ¿de dónde conoce a Roberto?

 

Sandra:            Pues… de la oficina. Aunque ya no trabajo allí.

 

Beatriz revisa el termómetro.

 

Beatriz:            Mire, la fiebre no es tan alta. Seguramente no es algo de vida o muerte. Podemos intentar unas gotitas de paracetamol. Si se le baja, podrá descansar y ya mañana consultar un médico. ¿Qué dice?

 

Sandra:            Sí, muchas gracias. Lo que sea.

 

Beatriz saca el paracetamol y le da unas gotitas. Luego le deja ahí el bote.

 

Beatriz:            No se angustie. Soy enfermera, aunque ya no ejerzo. De lo contrario, no me atrevería a proponer un remedio cualquiera.

 

Sandra:            Gracias, señora. ¿Cuánto le debo?

 

Beatriz:            Nada. Solo espero que su bebé esté bien.

Se despiden solo de la mano. Sandra se da la media vuelta y abraza a su bebé. Beatriz, fuera de la puerta, derrama unas lágrimas y se entristece.

Beatriz:            Ya decía yo. Los rumores, Roberto llegando tarde y los comentarios de la secretaria de Roberto sobre una “amiga de la oficina”. Roberto me ha sido infiel. Ese niño es su hijo. ¿Cómo no lo voy a reconocer si es igualito a mi Ricardito cuando nació? Dios mío, qué dolor siento aquí adentro; no creo poder soportar todo esto. ¿Estás allí? ¿Me escuchas? ¿Te dueles conmigo?

 

ACTO 3

(Sandra trae una carriola con el bebé. Se encuentra a Hilda, la vecina, en la calle).

Hilda:               ¿Y a dónde con tanta prisa, mi niña? ¿Qué celebramos?

Sandra:            Ay, doña Hilda, pues hoy Betito cumple un año y nos vamos al parque para tener un día de campo con el papá. Fíjese que ya dejó a su esposa. Ya no vive en su casa, sino que rentó un departamento.

 

Hilda:               ¿Y te vas tú con él?

 

Sandra:            Todavía no me dice nada, pero yo creo que hoy, mientras partimos un pastelito para Betito, me propone matrimonio o por lo menos vemos lo de una mudanza. Ahora sí seremos una familia completa y feliz.

 

Hilda:               Me da gusto por ti. Aunque no te niego que me apena un poco la esposa. ¿O será una ogra?

Sandra:            Le confieso que ya la conozco. Otro día le cuento la historia, porque se me hace tarde (mira su reloj). Pero no se me figuró una mala mujer. Al contrario…. Pero no me haga sentir culpable que el amor no tiene barreras, y además, merezco la felicidad como todas.

 

Hilda:               Si, yo no digo nada, Sandrita. En la vida así sucede; unos pierden y otros ganan. Y algunas, como yo, vemos todo de lejitos. Te digo que ya ni en las telenovelas. Pero no te entretengo. Anda, ve a festejar.

 

Sandra:            Gracias, doña Hilda.

 

(Sandra camina y da una vuelta. Llega a un parque. Saca de la carriola un mantel que extiende en el suelo, luego mira al bebé).

Sandra:             Tu papi no tarda.

(Sacude la cobijita que bordó y la muestra al público. Pasa una mujer embarazada).

Mujer:             ¡Ay! ¡Pero qué bonita cobijita! ¿Dónde la compró?

Sandra:             La bordé yo misma.

Mujer:              Qué hermosa creación. Seguramente su bebé la debe disfrutar todos los días.

 

Sandra:            Es mi regalo especial para él. Mire, hasta bordé en esta esquina sus iniciales, “RJ” de Roberto Juárez, y las mías en la otra esquina: “SR”, Sandra Rojas.

 

Mujer:              La felicito. Yo soy malísima para eso de coser, pero si algún día me animo, haré algo bello para mi bebé. Nos vemos.

 

Sandra:            Adiós.

(La mujer se aleja. Sandra se dispone a colocar platos y vasos sobre el mantel en el suelo. Mira su reloj constantemente).

Sandra:             Ya se le hizo tarde a tu papá. Le voy a hablar al celular.

Marca un número y contesta una mujer.

Mujer:             ¿Bueno?

Sandra:            ¿Quién es?

Mujer:             ¿Con quién desea hablar?

Sandra:             Con Roberto Juárez. ¿Quién es usted?

La mujer cuelga y Sandra apaga el celular.

Sandra:            Traidor. ¿Cree que no reconozco la voz de esa muchacha, su nueva compañera de trabajo? ¿Será capaz de engañarme? Vámonos, Betito. Lamento que tu cumpleaños termine así, pero no soporto esto. Tu padre es un mujeriego, un mentiroso, un hombre malo.

Va metiendo todo a la carriola: mantel, vasos, platos. Pero de manera obvia para el público, la cobijita se desliza de la carriola y cae del otro lado.

Sandra:            Dios mío, mi vida va de mal en peor. Ahora sí estoy atrapada. ¿Por qué me haces esto?

 

Suena el celular y contesta.

 

Sandra:            Hola, mamá… Sí, todo bien… Betito está feliz por su cumpleaños… Sí, todo en orden…. Los dos muy felices… ¿Roberto?… Como te lo dije, vino y tuvimos un día de campo… Le regaló un hermoso cochecito… Todo está perfecto… Adiós, ma… (suspira). Si tan solo fuera cierto y mi vida fuera feliz. Pero a veces se tiene que fingir…

 

Cuelga, suspira y sale de escena.

 

ACTO 4

(Una especie de tienda donde se venden cosas para bebé o regalitos. Beatriz la atiende).

Emilia:                         ¡Qué bonita te quedó la tienda, Betty! Se ve muy elegante.

Beatriz:            Gracias, Emilia. ¿Me traes alguna novedad?

Emilia saca alguna ropita de bebé.

Emilia:             Mira, traigo unos mamelucos a buen precio y dos baberos. Puedes ofrecerlos con descuento. Pero lo mejor de todo lo guardé para el final. Mira qué bella obra de arte.

Emilia le muestra la cobijita que hizo Sandra. Los ojos de Beatriz brillan.

Beatriz:            ¡Qué preciosura!

 

Emilia:             ¿Verdad que sí? Te confieso que una amiga la encontró en el parque. Estaba abandonada, tirada en medio de la nada. Estuve a punto de quedármela, pero por alguna razón pensé en ti y por eso decidí traértela.

 

Beatriz:            Pero entonces esta cobijita le pertenece a alguien.

 

Emilia:             Alguien que no la apreció, pues la perdió o dejó en el parque. Si tanto la quisieran, la hubieran cuidado más.

 

Beatriz:            Tienes razón. Aún así, no sé… No había pensado vender cosas usadas.

 

Emilia:             Es una buena elección. Ofreces precios más económicos, y seamos honestas, los bebés crecen en un dos por tres. ¿Para qué gastar miles de pesos en algo que solo usarán unas semanas?

Beatriz:            ¿Y en cuánto me la das?

Emilia le muestra un papelito con una cantidad. Beatriz asiente.

 

Beatriz:            Está bien. Aquí tienes (le paga con un billete).

 

Emilia:             Nos vemos, y buena suerte con la tienda. Por cierto, te noto algo triste.

 

Beatriz:            No es nada. Gracias por todo.

 

Emilia:             Estamos en contacto, Betty.

Se despiden. Beatriz contempla la cobijita y la pone en exhibición con precio. En eso, llega la mamá de Beatriz.

Marta:             Hola, cariño.

Beatriz:            Hola, mamá.

Se abrazan. 

Marta:             ¿Cómo estás? ¡Qué linda colcha!

Beatriz:            Se la compré a Emilia. ¿Crees que se venda pronto?

Marta:             En un dos por tres. Está hermosa.

Marta acaricia la manta, luego se concentra en su hija.

Marta:             ¿Cómo estás, mi niña?

Beatriz:            Ay, mamá, no sé qué he hecho mal. Estoy destrozada. Primero, Roberto me pide el divorcio, y ahora se va de la casa. No quiero perderlo; es el padre de mis hijos. Aunque en el fondo, me siento ofendida, enojada, frustrada.

 

Marta:              Es comprensible, Betty. Pero tú permanece firme. Muéstrale a Roberto cuánto lo amas.

 

Beatriz:            ¿Cómo hacerlo si nunca está en la casa, ni me regresa las llamadas?

Marta:              Pide ayuda a Dios. Él te escucha.

 

Beatriz:            Pero…

 

Marta:              A veces creemos que nuestros problemas son tan grandes e imposibles de solucionar que no vale la pena molestar a Dios con nuestras cuitas, pero nos equivocamos. Dios es más grande que cualquier problema, y aún más, quiere ayudarnos. Pídeselo, hijita. Todo saldrá bien. Esta tienda es un bonito comienzo. Roberto te sugirió que iniciaras tu propio negocio hace años y hasta ahora le haces caso, pero en eso él verá que tomas en cuenta su opinión. Ánimo. Yo estoy orando por ti.

 

Beatriz:            Gracias, mamá.

 

Se dan un abrazo.

 

Marta:              Vengo mañana. Cualquier cosa, a la hora que sea, me llamas.

 

Beatriz:            Gracias por todo.

 

Marta sale. Beatriz se queda sola y mira al cielo.

 

Beatriz:            Señor, ayúdame. Me siento sola, incomprendida, atrapada.

ACTO 5

(Hilda y Sandra van caminando por la calle que puede ser mitad del escenario o menos, y la otra mitad es la tienda de Beatriz. Asegurar que haya suficientes sillas, cuatro).

Hilda:               ¡Qué bueno que tu hermana se ofreciera a cuidar al bebé! Ya necesitas un descanso, Sandra. Te dedicas en cuerpo y alma a esa criatura y, aparte, trabajas cosiendo ajeno.

 

Sandra:            ¿Y qué me queda? Soy madre soltera. Tengo que ver por mi niñito. Nada más que crezca un poquito más lo meto en guardería para encontrar un trabajo de tiempo completo.

 

Hilda:               Supongo que será lo mejor.

 

Sandra se detiene y mira el aparador de la tienda con sorpresa.

 

Sandra:            ¡Mire, doña Hilda! ¡La cobijita de Robertito! ¡La que perdí en el parque!

 

Hilda:               ¿Estás segura que es la que tú hiciste?

 

Sandra:            (Se acerca al escaparate). ¡Por supuesto! Aquí tiene mis iniciales y las de mi hijito. ¡Qué barbaridad! Debemos entrar. Tengo que recuperar lo que es mío.

Hilda:               Pero…

No termina, pues Sandra entra a la tienda. Beatriz, que está haciendo cuentas, se sorprende al verla. Sandra también, pero de inmediato apunta a la cobijita.

Sandra:            ¿Qué hace mi cobijita aquí? Yo la hice con mis propias manos para mi hijito.

 

Beatriz:            No sé de qué habla, señora.

 

Sandra:            No finja. Usted es la esposa de Roberto Juárez, y sabe bien quién soy yo. Soy la amante, más bien ex-amante de su marido, y tuve un hijo con él. Usted fue a mi casa hace unas semanas y seguramente vio la cobijita y le gustó, y ahora me la ha robado y la está exhibiendo en su tienda…

 

Hilda:               Tranquila, Sandra. Debe haber una explicación.

 

Beatriz:            Señora, escuche…

 

Sandra:            ¡Ladrona! Lo hizo a propósito, ¿verdad? Pero ahora Roberto nos engañó a las dos (risa entre histérica y entre que llora), y estamos las dos solas. Pero le exijo que me devuelva la cobija.

 

Beatriz:            (Un tanto endurecida). Yo le compré esa cobija a una proveedora, y ahora la vendo. Si la quiere, debe pagar por ella.

 

Sandra:            ¡Qué injusticia! ¿No tiene usted respeto por nada? Vea las iniciales (la toma entre las manos y señala las iniciales). RJ, Roberto Juárez, SR, Sandra Rojas.

 

Beatriz:            (Un poco molesta, su madre ya se asoma por detrás). Pero también podrían significar Ricardo Jiménez y Sara Rodríguez, ¿no?

 

Sandra:            ¡No me provoque!

Trata de lanzársele encima, pero doña Hilda detiene a Sandra, y Marta, la madre de Beatriz se acerca e interviene.

 

Marta:              Basta las dos. Esto no se volverá un pleito de barrio. Todas estamos muy alteradas, y la verdad, siempre pienso que una taza de café nos da perspectiva. Vamos a sentarnos y discutir todo esto.

 

Sandra:            Yo no quiero nada de ustedes. Vámonos, doña Hilda.

 

Hilda:               Pero estás mal, Sandy. Además, nos caería bien un descansito. Y un cafecito.

 

Sandra:            Si se quiere quedar, hágalo. Pero yo me voy.

 

Marta toca su brazo.

 

Marta:              Comprendo que estés enojada, querida. Tanto tú como mi Betty están sufriendo y tienen que velar por sus hijos. Por eso mismo, te lo pido como un gran favor. Solo un cafecito, y si después de esto no quieres volver a vernos, comprenderé. Además, por supuesto que te podrás llevar la cobijita.

 

Beatriz:            Pero, mamá….

 

Marta:              Tranquila, Beatriz. Más bendición hay en dar que en recibir. Y yo le creo a Sandra. Ella cosió con sus propias manos esta cobijita. Anden, vamos.

Las cuatro se acomodan. Doña Marta trae café y doña Hilda le ayuda a servirlo. Sandra y Beatriz se miran con desconfianza y antipatía. Sorben su café.

Marta:              Eres una artista, Sandra. La cobijita es una obra de arte. Se lo dije a mi hija desde el primer momento que la vi.

 

Sandra:            Gracias, señora.

 

Marta:              En cierto modo, todos somos una obra de arte. Dios nos ha creado de una manera especial. No hay dos como nosotras en el mundo.

 

Hilda:               Y qué bueno. ¿Se imaginan dos Robertos caminando por el planeta tierra?

 

Sandra y Beatriz la miran con repugnancia.

 

Hilda:               Yo nada más digo. No me miren con esos ojos.

 

Marta:              Roberto se ha equivocado, pero aún él es creación de Dios. Estoy segura que Dios tomó placer en formarlo, como a cada una de nosotras. ¿O que sentías tú mientras bordabas este hermoso manto, Sandra?

 

Sandra:            Pues… satisfacción… felicidad… emoción…

 

Marta:              Supongo que Dios sintió lo mismo. También observo que elegiste hermosos colores, aunque no olvidaste los negros y los marrones.

 

Sandra:            No todo puede ser de colores pastel. El negro le da profundidad.

 

Marta:              Del mismo modo, el tejedor de nuestras vidas, utiliza a veces las tristezas para darnos profundidad y llamar nuestra atención. ¿No les parece?

 

Hilda:               A algunas de nosotros nos tocó más negro que azul o verde.

 

Marta:              Solo el creador lo sabe, mi estimada señora. A mí me parece que todas sufrimos de una u otra manera, pero todo esto nos lleva de regreso a él, porque con facilidad lo olvidamos.

 

Sandra:            Me hace pensar en mi tristeza por perder la cobijita que con tanto cariño hice.

 

Marta:              Así es, querida. A Dios también le duele de habernos perdido, pues hay algo que nos ha separado de Dios para siempre, y no ha sido su olvido o descuido, sino algo llamado pecado. Aquello que hacemos que ofende a Dios y lastima a otros.

 

Sandra mira a Beatriz de soslayo. Beatriz agacha la cabeza.

 

Hilda:               Pero nosotras no somos asesinas, señora. Yo soy una persona buena, en lo que cabe.

 

Marta:              En el fondo, cada una sabe que no podemos pararnos frente al trono de Dios con la cabeza en alto. Todas hemos pecado. Todas nos hemos equivocado.

 

Hilda:               Pero, ¿qué es una mentirita blanca?

Marta:              Una mentira, a final de cuentas. Y por lo tanto, pecado.

 

Hilda:               Tiene razón.

 

Marta:              De ese modo, aunque creación de Dios, nos vemos ahora lejos de él. Separadas de su amor. Pero él ha decidido comprarnos de vuelta.

 

Sandra:            Se refiere a mi cobijita.

 

Marta:              Exacto. En un ejercicio de honestidad, tú deberías  pagar por ella para recuperarla de regreso. Del mismo modo, aunque por derecho somos criaturas de Dios, él ha pagado el precio para traernos de vuelta a sí mismo.

 

Sandra:            No entiendo.

 

Marta:              La única manera de reconciliarnos con Dios era a través de un sacrificio perfecto. Porque ni el dinero ni los sacrificios de hombres imperfectos podían cubrir el costo. Solo la sangre y la vida de un ser perfecto pagaría el rescate. Y ese pago lo realizó Jesús.

 

Hilda:               Ah, sí. Jesús. El hijo de Dios. Él que está en la cruz en todas las iglesias.

 

Marta:              Precisamente en esa cruz él murió para comprarnos de vuelta.

 

Hilda:               Entonces ya somos de él nuevamente.

 

Marta:              No del todo. Verán, Dios no quiere comprarnos a la fuerza. Nosotros podemos decidir si volvemos a él o no. Muchos prefieren, por decir algo, quedarse en el aparador y vivir lejos de él, sin seguir sus enseñanzas y sus reglas. Resulta más sencillo.

 

Sandra:            Entonces, ¿cómo vuelve uno a él?

 

Marta:              Aceptando su regalo. Reconociendo que estamos separadas de él por el pecado y creyendo que Jesús ya pagó el precio. Se llama “arrepentimiento” a esa certeza de que hemos hecho lo malo. Y se llama “salvación” a ese momento en que creemos en Jesús y él nos acepta como sus hijas. Dios promete que cuando somos de él, nada nos arrebatará de su mano (abraza la cobijita como para no dejarla ir).

 

Hilda:               Todo suena muy bien, pero aquí entre nos, luego la gente que hace estas cosas se vuelve un poco aburrida. Ya no van a fiestas, ya no toman.

 

Marta:              Y enmiendan sus vidas. Buscan agradarle al dueño de sus vidas. Y, miren, ¿qué vale más? ¿Privarse de cosas dañinas o tener paz en la mente y en el corazón? ¿No lo anhelas tú, Sandra? Sé que, al igual que mi Betty, estás sufriendo. Yo he visto a mi hija llorar y me duele. A Dios le duele doblemente verlas sufrir. Él no quiere que sus vidas se desperdicien. Su plan nunca fue este. Pero aún hay una segunda oportunidad. He visto cómo Dios ha consolado a Betty y le ha dado fuerzas para iniciar este negocio y sacar adelante a sus hijos. Lo mismo hará contigo, Sandra.

 

Sandra:            No lo sé, señora. He hecho cosas terribles, como meterme con un hombre casado.

 

Beatriz la mira.

 

Beatriz:            Todas hemos pecado. Nadie merece la salvación. Es un regalo. Y mi madre tiene razón. Solo Dios puede darnos la fuerza para seguir adelante. Su amor es el único que llena, y solo él sabe los planes a futuro, pero ha prometido guiarnos, no dejarnos, estar con nosotras. En las noches, ahora que se ha ido Roberto, cuando estoy sola llorando en mi cama, con el corazón destrozado, siento cómo Jesús está conmigo. ¿No quisieras lo mismo?

 

Todas miran a Sandra.

 

Sandra:            Lo voy a pensar. Muchas gracias por este tiempo. En verdad lo agradezco. Debemos irnos.

 

Marta:              Que Dios te bendiga, querida. No olvides esta conversación.

 

Beatriz:            Ten la cobija.

 

Sandra:            No. Deja que la pague. Quiero hacerlo.

 

Le da un billete.

 

Beatriz:            Está bien. Gracias. Y saludos a Robertito.

 

De mano se despiden las cuatro. Cuando salen, Hilda le susurra.

 

Hilda:               No creas mucho de lo que dijeron. Son unas fanáticas.

 

Sandra:            A mí no me lo parecieron, y me consoló mucho escuchar sobre Dios. No sabe, doña Hilda, cuánto me gustaría ser un ave y volar en libertad. Últimamente me siento como en una jaula.

 

Alguna canción emotiva.

Sandra de rodillas orando y hablando con Dios, quizá incluir esta oración si hay espacio en medio de la canción: —Jesús, reconozco que no merezco tu perdón, pero quiero ser tu hija. Creo en ti. Creo en tu sacrificio. Ayúdame a volar

ACTO 6

(Sandra en su casa, con Robertito de año y medio o dos años. Si no se puede conseguir un niño de la edad, puede que esté la carriola y ella hablándole al niño).

Sandra:            ¡Cuánto has crecido, Robertito! ¿Sabes qué día es hoy? Día de las Madres. En un ratito nos vamos a casa de tu abuelita para festejar. Qué bueno que ya me reconcilié con ella y que juntas podemos celebrar la maternidad.

 

Tocan la puerta.

 

Sandra:            ¿Quién será? Doña Hilda anda fuera de la ciudad porque fue a visitar a su hijo.

 

Abre. Doña Marta la saluda.

 

Sandra:            ¡Doña Marta! ¡Qué linda sorpresa!

 

Marta:              Hola, querida. Voy a casa de Betty para festejar, pero antes quise pasar a saludarte. Te traje un regalito.

 

Le pasa una bolsa de regalo.

 

Sandra:            Gracias. No debió haberse molestado.

 

Abre la bolsa y se encuentra con un kit para punto de cruz.

 

Sandra:            ¡Qué hermoso! ¡Qué lindo detalle!

 

Marta:              Realmente fue idea de Betty. Ella dice que debes seguir creando cosas hermosas para tu hijo y los demás. ¿Y cómo has estado?

Sandra:            Muy bien, doña Marta. Dios me ha dado su paz, y nada se compara a eso. Estamos asistiendo, mi madre y yo, a una pequeña iglesia donde aprendemos de la Palabra de Dios. Nos gusta mucho. ¿Y Betty?

Marta:              Va bien, gracias a Dios. Roberto la ha buscado, y pues yo estoy orando por una reconciliación.

 

Sandra:            Así debe ser. ¿Sabe? A veces batallo con el rencor, pero Dios me ha dado una nueva perspectiva de la vida. Sé que si permito que el pasado me venza, jamás seré feliz. Pero cuando me ocupo en los demás, se renuevan mis fuerzas. Ahorita me dedico a mi hijo, pero quiero ayudar a otras muchachas que son madres solteras y no conocen el amor de Dios.

 

Marta:              Me da tanto gusto escucharte, Sandra. ¿Y dónde está la cobijita?

Sandra la saca de la carriola.

 

Sandra:            Aquí está. Ya no la pierdo de vista, y no porque sienta que es mi mejor creación, sino porque me recuerda lo que Dios ha hecho por mí. Él me hizo y me compró. Soy completamente suya.

 

Risa de Robertito. Sandra lo abraza o se agacha a la carriola para besarlo.

 

Marta:              ¡Qué bello es el amor de una madre!

 

Sandra:            Más bello es el amor de Dios.

Visitas: 15

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *