Dos preguntas básicas en la enseñanza bíblica a los niños

Dos preguntas básicas en la enseñanza bíblica a los niños

por Betty Constance
De alguna manera, todos los que enseñamos la Biblia a los niños nos hemos hecho estas preguntas en alguna oportunidad. ¿Por qué enseñamos la Biblia a los niños? ¿Vale la pena? ¿Debemos solamente ofrecerles un lugar apropiado para que amen la iglesia y esperar hasta que sean más grandes para enseñarles las verdades bíblicas?

De alguna manera, todos los que enseñamos la Biblia a los niños nos hemos hecho estas preguntas en alguna oportunidad. ¿Por qué enseñamos la Biblia a los niños? ¿Vale la pena? ¿Debemos solamente ofrecerles un lugar apropiado para que amen la iglesia y esperar hasta que sean más grandes para enseñarles las verdades bíblicas?
POR QUE – Por sobre todas las cosas, les enseñamos la Biblia a los niños porque así nos mandó Cristo. En Marcos 16.15 Jesús les dice a sus discípulos -y a nosotros- que deben ir por todo el mundo predicando el evangelio a toda criatura. Esto, por supuesto, incluye a los niños. En Mateo 18.1-6 Jesús reconoció las cualidades espirituales del niño:”… si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el Reino de Dios”. También hizo referencia a sus limitaciones en la comprensión de las cosas espirituales: “a cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí…”. Su amonestación en el versículo 10 del mismo capítulo muestra asimismo la importancia que les dio como individuos con necesidades espirituales: “no desprecien a ninguno de estos pequeños…”.
El solo hecho de que Jesucristo lo haya ordenado es un por qué suficiente como para poner las manos en el arado, pero hay otras cosas que debemos recordar con respecto a la enseñanza a tos niños. Nosotros enseñamos la Biblia a los niños porque necesitan aceptar a Cristo como el Salvador y entregarle la vida entera a su servicio. El niño necesita la seguridad de su salvación, además de la libertad que le da el perdón de sus pecados; él también tiene esas necesidades. Además, tiene el derecho de sentir el gozo de la esperanza de la vida eterna con Cristo.
Como el niño es una persona en formación, es capaz de responder a Dios en una forma muy especial e íntima en medio de sus distintas etapas de desarrollo. Este tipo de relación es algo único, que no volverá a repetirse jamás en otra etapa de su vida. Enseñar la Biblia correctamente al niño significa darle oportunidad de gozar de las cosas de Dios en el contexto de lo que es ser niño, con la frescura y espontaneidad de sus distintas etapas de formación. La realidad nos demuestra que es mucho más atractivo tener frutos espirituales entre los adultos que entre los infantes. Puede ser por la trascendencia, por el temor a la inestabilidad de las decisiones infantiles, etcétera. La cuestión es que ponemos más énfasis en la ministración a los adultos que en la de los niños. En mi interior creo que este desequilibrio se debe a varias razones, pero hay una fundamental: desconocemos la belleza de la vida espiritual del niño, como para desear participar en ella.
Quiero presentar otra razón más. El niño de los años que marcan el final del siglo XX es un niño en crisis. Vive en medio del abandono físico y emocional. Busca diariamente la seguridad en un mundo cambiante, violento, incierto. En una clase de Escuela Dominical de diez niños, es muy probable que cinco de ellos vivan en hogares con serios problemas. Los conflictos matrimoniales, la separación y el divorcio, el concubinato, el castigo excesivo, los hijos no deseados, los traumas en los adultos y los problemas típicos del alcoholismo y la adicción han llegado a ser comunes no sólo en la comunidad secular sino aun en las familias de la iglesia. Si agregamos a eso la dimensión de tensión y preocupación constante que generan el desempleo y los bajos sueldos, típicos en la mayoría de los hogares en nuestras iglesias, no debe sorprendemos que los niños mismos evidencien este tipo de estrés en sus reacciones y conductas. El niño que vive estos problemas necesita sentir la realidad de la presencia de Dios en su vida diaria. Esa presencia puede otorgarle seguridad y paz y un amor incondicional de parte de un Dios que lo acepta como es. Será mediante el contacto directo con la Biblia que el Espíritu Santo revelará esa relación a los “pequeños que se acercan para conocerlo. Por estas y muchas razones más, enseñamos la Biblia a los niños.
¿QUÉ DEL MAESTRO? – La Lic. Elizabeth McDaniels, en su libro You and Children (Usted y los niños), dice: “Los adultos que trabajan con los niños en la iglesia representan el 75% de lo que la palabra iglesia representa para esos niños”. O sea que, en términos generales, tres cuartos de lo que un niño asimila de la iglesia se reduce a las personalidades de quienes tienen intensa actividad con él. A este respecto, ella cita a un gran educador cristiano, Clarence Benson, quien afirmó lo siguiente acerca de su crecimiento espiritual como niño: “Primero aprendí a amar a mi maestro, luego aprendí a amar la Biblia de mi maestro, y finalmente aprendía amar al Señor de mi maestro”.
Estas dos afirmaciones nos ayudan a entender la enorme importancia que tiene la persona que enseña a la niñez dentro de la iglesia. Difícilmente un niño llegara al Señor a través de una persona hacia la cual siente rechazo. Ese rechazo desechara la mayor parte de las enseñanzas que ese maestro trate de transmitirle. Y a la inversa, el efecto que tiene sobre el niño el rechazo de su maestro hacia él -aun cuando sea en base a sus conductas traviesas y negativas- es de hacerle creer que Dios también lo rechaza.
Lo que el niño ve siempre en su maestro debe constituirse en un buen ejemplo de la vida cristiana. Aprenderá lo que es el amor de Dios respondiendo al amor que le sabe expresar su maestro. Ese amor se verá en la expresión del rostro del maestro cuando mira directamente a los ojos de sus alumnos. Se palpará cuando el niño siente los toques cariñosos de la mano de su maestro sobre su hombro y su rostro. Se afirmará cuando el maestro, ocupado en alguna tarea, se detiene para prestarle un momento de atención personal, asegurándole que él también tiene importancia como individuo. Se notará también en el tono de voz que usa el maestro con él, en el respeto con que lo trata, aun en el contexto disciplinario. Deberá estar presente también en la paciencia con que ese maestro escucha sus comentarios y contesta sus preguntas, por más insignificantes que parezcan. El niño sabrá que es aceptado por Dios tal como es -con todas las limitaciones de su particular etapa de desarrollo- cuando el maestro prepara clases llenas de actividades en las que el niño puede participar con entusiasmo.
En cambio, el niño dudará que es aceptable ante Dios cuando todo el entorno de la enseñanza espiritual es incómodo y aburrido. El maestro puede llegar a ser un desafío para alcanzar a tener una vida consagrada a Dios frente a su alumno. El maestro puede ayudarlo a correr la buena carrera o puede representar para él sus primeras lecciones en lo que es la hipocresía, la falta de cumplimiento y una vida cristiana “dominguera”. Es decir, el maestro tiene la posibilidad de ser la persona cuya vida frente a sus alumnos los atrae a Dios o el que, por su mal ejemplo, los aleja de Dios. El, más que cualquier otra persona en la iglesia, es “una carta… la cual lodos conocen y pueden leer” (2Co. 3.2). Es imposible exagerar el alcance de la influencia de su vida frente a sus alumnos.
Apuntes Pastorales, Volumen VIII – número 2

 

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